La aparición súbita del video antiislámico titulado 'La inocencia de los musulmanes' hace diez días no ha sido un hecho fortuito fruto de la casualidad, ni tampoco ha sido un capricho del destino que el embajador Christian Stevens y varios altos funcionarios murieran en un ataque a la embajada estadounidense de Bengasi, precisamente el 11 de Septiembre.

Tras el atentado, las declaraciones de la secretaria de Estado Hillary Clinton fueron explícitas. Sin ocultar su emoción, exclamó: ¿Cómo puede pasar esto en un país que ayudamos a liberar?, una pregunta retórica que ejemplifica a la perfección la doble moral de la política exterior estadounidense, y en este caso de la máxima representante del Departamento de Estado, que quizá fue la que transmitió la orden de bombardear Trípoli y otras ciudades libias hace un año, causando más de 120.000 muertos civiles. Un crimen contra la humanidad que ha sido ocultado por los medios de comunicación occidentales y las organizaciones no gubernamentales que operan en Libia, en especial Human Rights Watch y Amnistía Internacional, ambas avanzadillas de la OTAN y financiadas por lobbies sionistas.

A nivel interno, el atentado ha permitido al Gobierno norteamericano desviar la atención de su opinión pública con respecto a la conmemoración del 11º aniversario del derribo de las torres gemelas en 2001, que cada 11 de septiembre hace más difícil a las autoridades convencer a la sociedad de que no se trató de un autoatentado, pese al constante goteo de pruebas e informes técnicos que evidencian lo contrario. Algún día, el pueblo norteamericano tendrá que soportar la vergüenza nacional e internacional de tener que admitir que la tragedia fue provocada por la CIA. Algún día, tendrá el Gobierno estadounidense que pedir perdón a su propio pueblo y al resto del mundo por los atentados que marcaron el cambio de milenio e inauguraron una nueva etapa neocolonialista y belicista de consecuencias todavía impredecibles.


A nivel psico-político, la premeditación y la voluntad de provocación del video es innegable cuando constatamos que el filme apareció doblado a la lengua árabe en el canal salafista egipcio Al Nas, lo que demuestra que no iba destinado al público estadounidense. Las posteriores declaraciones de algunos de sus actores, afirmando que se habían producido cambios en el guión y negando conocer al director y productor de la película, han confirmado este extremo.

Otra prueba de que nos encontramos ante una nueva táctica de desestabilización de la región son los anuncios de la revista satírica francesa 'Charlie Hebdo', y la alemana 'Titanic' que, pese a ser ambos rotatorios privados y se amparan en la libertad de expresión, deberían comprender que no es ahora el momento más oportuno para sendas publicaciones. Echar más leña al fuego en un ambiente ya caldeado hace sospechar.

Y para acabar de complicar la situación, Terry Jones ha sido invitado por organizaciones de extrema derecha alemanas a visitar el país germano, y en el metro de Nueva York aparecerá publicidad antimusulmana a partir de la semana que viene, lo que confirma que nos hallamos ante una macrocampañaantiislámica perfectamente estudiada en la que intervienen diferentes agentes.

Partiendo de la base que la Primavera Árabe fue la nueva estrategia neoimperialista fomentada por los servicios secretos sion-anglo-estadounidenses y adoptó en su primera fase la táctica de intoxicación informativa y manipulación mediática internacional con el fin de destronar a varios dirigentes árabes que resultaban molestos cara al desarrollo de los intereses geoestratégicos del Imperio; podemos considerar que esta primavera de jazmín negro ha entrado en su segunda fase con la publicación del video de la discordia, que ha inaugurado una nueva vieja táctica; la blasfemia y el insulto al Islam.

Las consecuencias inmediatas fueron las previsibles. Pero las consecuencias a medio plazo son todavía imprevisibles, y todo dependerá de la voluntad de los países y agentes implicados en la campaña.

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El objetivo es el de siempre: desestabilización para provocar el caos y destrucción, lo que permitirá poder justificar una intervención exterior en pro de la democratización y los Derechos Humanos.

En Libia se ha optado por la 'afganización'. Las milicias de Al Qaeda y los grupos salafistas que fueron introducidas en el país para derrocar a Gaddafi campan a sus anchas y se introducen en África Central para prestar asistencia a los tuaregs en Mali y a Boko-Haram en Nigeria. Lo que los medios occidentales vendieron como revolución democrática es ahora, precisamente después de la muerte del embajador Stevens, una situación de caos con enfrentamientos continuos entre facciones rivales.

Tras el atentado, que muchas fuentes creen que fue planeado por la sofisticación y precisión del ataque y por encontrarse la embajada totalmente desprotegida, lo que contrasta con la fuerte protección que recibieron el resto de legaciones diplomáticas estadounidenses y occidentales en todos los países musulmanes, se activó el sistema FAST y un gran contingente de marines pertenecientes al Equipo de Reacción Antiterrorista llegó a Libia desde una base española. El paso siguiente sería la petición formal de ayuda por parte del presidente del Consejo Nacional de Transición, lo que daría lugar a la ocupación del país y a la repetición del guión ya visto en Afganistán e Irak.

Las próximas semanas serán cruciales, sobre todo para Egipto, Yemen e incluso Pakistán. No se descarta que si no hay rectificación y marcha atrás en la campaña antiislámica, incluso algunos países europeos puedan verse salpicados. La crisis económica, unida a la radicalización de algunos sectores musulmanes moderados, podría traducirse en conflictos sociales con trasfondo religioso difíciles de gestionar en el Viejo Continente.

Nagham Salman es jefa de proyectos europeos de investigación y analista política especialista en asuntos de Medio Oriente.