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Vivimos tiempos convulsos en muchos sentidos, y más notoriamente en lo político y social. Últimamente, no pasa un día sin que en los medios alguien haga notar la profunda "pérdida de confianza" en las instituciones que tradicionalmente han sido reducto de seguridad. Este tipo de crisis de confianza se traduce a menudo, como vemos estos días en muchas encuestas, en una polarización de las actitudes: constatamos una oposición muy marcada a determinadas ideologías o colectivos, mientras vemos (re)surgir algunas alternativas que serían tal vez impensables o al menos muy minoritarias en momentos de mayor relajación social. Para los científicos sociales, las situaciones de cambio y desconfianza en las instituciones generan cierto tipo de dinámicas que acaban arrastrando consigo todo el sistema de creencias de las personas, afectando a la manera en que la gente percibe el mundo en general.

Aunque la lectura sociopolítica de estas dinámicas es interesante, que nadie se asuste, que en este post no voy a hablar de política. En vez de eso, voy a centrarme en el papel que tiene la percepción de control en estos procesos sociales, y su posible efecto en el avance de las ciencias.

Como exponen Bastiaan Rutjen y sus colaboradores en un reciente artículo en la revista Current Directions in Psychological Science, algunas teorías psicológicas proponen que los seres humanos tenemos la necesidad de sentir que tenemos control sobre nuestras vidas, y que por tanto estamos motivados para mantener esa sensación a toda costa. En ocasiones, sea por eventos a gran escala (una guerra, una crisis económica, una catástrofe natural) o por circunstancias personales (la muerte de un ser querido, un despido, una ruptura sentimental), los seres humanos percibimos que nuestro control personal desciende bruscamente. Nos sentimos, por así decirlo, muñecos a merced de voluntades ajenas, o incluso del azar. Ante esta situación, dicen los expertos, reaccionamos para compensar la pérdida de control refugiándonos en algún otro ámbito que nos inspire orden y estabilidad (una dinámica que a veces conduce a reafirmar los sistemas de creencias y a los extremismos), y así restaurar la sensación de que controlamos nuestra vida. Es lo que estos psicólogos conocen como "control compensatorio".

Cabe preguntarse cuáles son esos "ámbitos" que pueden funcionar como fuente de control compensatorio, de forma que nos podamos refugiar en ellos cuando la vida se llena de incertidumbre. Un ejemplo evidente de reacción compensatoria sería el refuerzo de los lazos del individuo dentro de su grupo (familia, amigos), o la reafirmación de sus convicciones personales (creencias, ideología). Y en este sentido, la ciencia no es más que otro sistema de creencias más al que las personas podrían recurrir cuando se sienten indefensas. Aunque por otro lado, no todas las teorías científicas son iguales. Algunas teorías sugieren que la realidad que conocemos está ordenada de forma sistemática, lo cual otorga una reconfortante sensación de predecibilidad y control (por ejemplo, así ocurre con la clasificación Linneana de los seres vivos en categorías organizadas jerárquicamente). Por el contrario, otras teorías científicas proponen una visión menos atractiva desde este punto de vista (por ejemplo, podríamos contraponer la clasificación Linneana con la Darwiniana, derivada de la selección natural, donde las fronteras entre especies son borrosas, además de pasajeras). En su artículo, Rutjen y colaboradores demuestran que de hecho el primer tipo de teorías científicas pueden usarse para equilibrar la balanza y devolver el equilibrio a las personas cuando su sensación de control personal se ve en entredicho.

Uno de los experimentos descritos en el artículo ilustra esta idea de manera bastante sencilla. Los autores reunieron a los participantes y les describieron varias parejas de teorías sobre temas científicos diversos (la enfermedad de Alzheimer, los procesos de duelo, o el desarrollo moral). En cada pareja de teorías, una de ellas sugería esa idea del mundo ordenado y controlable, y la otra indicaba todo lo contrario. Por ejemplo, se describió una teoría sobre el mal de Alzheimer basada en un proceso de deterioro predecible, dividido en etapas bien definidas y que suceden siempre en el mismo orden (desde un deterioro leve hasta un deterioro grave), mientras que la teoría alternativa estaba basada en un continuo más difuso, según el cual una persona podría vivir en un estado de deterioro relativamente leve durante varios años después de ser diagnosticado. Tras describir las dos teorías, se preguntó a los participantes acerca de su preferencia por una u otra. En casi todos los casos, los participantes encontraron más atractivas aquellas teorías basadas en una concepción ordenada y predecible de la realidad. Podemos especular que este tipo de teorías ofrecen una cosmovisión más reconfortante y tranquilizadora.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante de este estudio llega con su manipulación experimental. La mitad de los participantes (grupo de control) hicieron su elección de manera espontánea, pero la otra mitad (grupo experimental) eligieron inmediatamente después de que se amenazase su sensación de control personal. Esta amenaza se llevó a cabo de dos maneras: primero, pidiendo a los participantes que rememoraran vívidamente un evento reciente en el que se sintieron desamparados e impotentes; y segundo, mostrándoles palabras y conceptos relacionados con el azar, con lo incontrolable (una técnica llamada "priming"). La predicción de los experimentadores fue que, al ver comprometida su percepción de control, los participantes compensarían esa amenaza con una mayor preferencia por las teorías que ilustran una idea ordenada del mundo. Esta predicción fue probada experimentalmente con éxito: la preferencia por las teorías científicas más ordenadas se disparó en cuanto se introdujo en el experimento la amenaza al control personal.

Además, los participantes cuya sensación de control había sido amenazada también mostraron tendencia a percibir patrones sistemáticos ("figuras" con sentido) en imágenes que realmente estaban construidas a partir de puntos dispersos al azar (un ejemplo aquí). Esto sugiere que la sensación de pérdida de control personal pone en marcha una serie de mecanismos de búsqueda activa de otras fuentes de control para compensar dicha pérdida. La disponibilidad de teorías científicas (y otros sistemas de creencias) que transmiten una visión ordenada del mundo es sólo una fuente de control más, si bien una particularmente potente.

La línea de investigación ilustrada con este experimento tiene implicaciones más que interesantes para entender algunas situaciones que estamos viviendo (y sufriendo) ahora que a los que administran se les exige decidir en función de prioridades. Pensemos por ejemplo en la política de inversión en I+D. En estos momentos de inestabilidad en tantos ámbitos de la vida social y política, es posible que, debido a los mecanismos descritos en este post, los gestores de fondos para la ciencia acaben favoreciendo con sus decisiones a aquellas áreas científicas que compensan su sensación de pérdida de control personal porque sugieren una concepción del mundo ordenada, predecible. Y es así como (según Rutjens y sus colaboradores) un sesgo cognitivo inconsciente podría ser la puntilla para la inversión de fondos en la ciencia básica, mientras que destinar el dinero a ciertas aplicaciones tecnológicas puede ser reconfortante al compensar la pérdida de control de quienes toman las decisiones. Aunque personalmente creo aventurado pensar que estos procesos individuales juegan un papel relevante al nivel más elevado de la toma de decisiones, sí admito que conocer la existencia de este tipo de sesgos es fundamental para prevenir sus potenciales consecuencias, tengan el alcance que tengan.

En cualquier caso, quisiera terminar el post con alguna idea más alentadora, tal vez siendo yo mismo víctima de los mecanismos de compensación aquí descritos. Subsiste hoy cierta ideología neopositivista, según la cual la ciencia implica un progreso constante, siempre a mejor (aunque esta filosofía es muy discutible, creo que está bastante generalizada en el público). Por lo tanto, la ciencia en sí misma podría verse como un sistema de creencias que transmite orden y control, y convertirse en un refugio para compensar la pérdida de control personal en otras áreas. Puede, pues, aprovecharse esta tendencia del público como una oportunidad para interesarlo por temas científicos. En otras palabras, y aunque estoy especulando, quizá sean buenos momentos para la divulgación científica. Bienvenida sea.

Referencias
Rutjens, B. T., van Harreveld, F., & van der Pligt, J. (2013). Step by Step: Finding Compensatory Order in Science. Current Directions in Psychological Science, 22, 250-255, doi:10.1177/0963721412469810