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Un estudio de la Universidad Estatal de Michigan publicado en el medio especializado Nature Communications asegura que la evolución castiga a las personas malas. Defiende, incluso, que si sólo hubiera egoístas, la humanidad se habría extinguido.

Según recoge BBC, para explicar sus conclusiones han utilizado el modelo del dilema del prisionero, que se emplea en disciplinas como la biología, la economía o las ciencias políticas. En él, dos sospechosos que son interrogados en celdas diferentes deben decidir si delatan o no al otro. En caso de que sólo uno lo hiciese, el chivato quedaría en libertad y el acusado sería encerrado durante seis meses. Si ambos acusasen al otro, pasarían tres meses entre rejas cada uno. El último escenario posible es que los dos guardasen silencio; de ese modo, cooperarían entre ellos y estarían en la cárcel sólo un mes.

Este problema de la teoría de juegos muestra, en opinión del matemático John Nash, que la estrategia más adecuada es la de ser egoísta y no cooperar. Sin embargo, el nuevo estudio se opone a la visión de Nash y también contradice otra investigación de 2012.

Christopher Adami, el responsable principal de la nueva teoría, cree que la razón es que anteriormente no se había tenido en cuenta un importante factor: la comunicación entre los individuos, que hace que conocer previamente la decisión de la otra parte lleve a adaptar una estrategia acorde.

"Ser mala persona puede darte ventaja a corto plazo, pero a la larga no,acabarías extinguiéndote", afirma, y lo argumenta con el hecho de que"entre animales y en el mundo microscópico hay cooperación". En definitiva, un egoísta puede obtener beneficios de alguien que no lo es, pero, con el tiempo, sólo quedarían individuos que actúan en beneficio propio, y ninguno tendría demasiado futuro.

Sus conclusiones las obtuvieron gracias a un potente ordenador en el que, mediante cientos de miles de juegos en los que se tuvo en cuenta la comunicación, observaron esta tendencia.

"Gen egoísta"

Asimismo, el profesor de la Universidad de Leicester Andrew Coleman concluye que el hecho de que exista un "gen egoísta" implica que "no son los individuos los que tienen que sobrevivir, si no los genes, que utilizan organismos individuales como vehículos para propagarse". Por ese motivo, se alinea con la teoría del estudio de la Universidad Estatal de Michigan, ya que los genes egoístas se benefician si los organismos cooperan entre sí.