Hace tres años y medio, en un hotel de Vitoria, Maria Josep Pazos Gómez -catalana, gerente de varias empresas, madre de una adolescente- sintió que se moría. No es una metáfora. El ataque de asma le sorprendió en la cama, se arrastró hasta la puerta y se desplomó en el pasillo chillando.
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© Vicens GimenezMaria Josep Pazos vive con su pareja y su hija en Manresa
"Eran las dos de la mañana. Guzmán estaba dormido a mi lado cuando me dio la crisis. La angustia era total. Estaba lúcida y sabía que me estaba ahogando. Salí de la habitación en busca de aire. Grité, grité, grité. Me moría. La sensación es horrorosa. Mi pareja avisó a una ambulancia. Me desmayé en el pasillo."
Aquel 24 de agosto de 2011 Maria Josep moría por primera vez. En el suelo, donde le había parido su madre, Mari Cruz, hacía 42 años. Estaba en el cine de Pont de Vilomara, pueblo currela pegado a Manresa, cuando notó que el parto se adelantaba. No le dio tiempo de llegar a casa: la niña abrió los ojos en el rellano de la escalera. Nació con un asma que no le ha dejado en paz desde entonces y una mente portentosa. El jornal de Manuel, el papá, inmigrante sevillano, no daba para universidades por muchas horas que metiera en la obra. Pero la cría que casi salió rodando por las escaleras se las apañó para estudiar, trabajar y crear su primera empresa con veinte años. Luego abrió otras en los sectores de la formación y la informática.

Cuando sufrió la parada cardiorrespiratoria en Vitoria, estaba agotada. En los últimos tres años, sin vacaciones, había reflotado una fábrica de cerveza. Con tres infartos cerebrales, en la ambulancia la daban por perdida. Maria Josep veía a una mujer africana.
"Era muy alta, muy arrugada, muy vieja, con un traje de cuerdas y huesecillos pintados de vivos colores al cuello y los tobillos. Era yo. Me había separado de la tribu para morir. Sentí una gran paz, no me importaba acabar así. Mi alma estaba muy tranquila. Se había separado de mi cuerpo. Fue algo muy plácido, la mejor muerte."
Recuerda otras dos más, que ella las asocia a las reanimaciones. Y estas la cornearon bien.
"Era una mujer discapacitada en un pueblo maorí. Me tenían tirada en un rincón. Muy duro. Más tarde me despertaba en un mausoleo. Soy un niño enterrado en vida y no puedo hacer nada. Fueron muertes espantosas, dolorosas. No quiero volver a vivirlas jamás."
Ni luces al final del túnel ni voces angelicales. Los médicos del hospital vitoriano de Txagorritxu observaron en el escáner un edema cerebral que le presionaba la médula y la trasladaron a Santiago, centro de referencia en Álava para pacientes neurocríticos. El coma duró quince días. Ella dice haberlo sentido todo.
"Viví el coma como un secuestro en un caserío. Los médicos me habían raptado y me estaban transformando en un monstruo para competir en unas carreras. Era mitad caballo, mitad persona. Muy raro, muy raro. Luego me llevan a una bodega y me meten la cabeza en unas tinajas enormes. Decían que era la única manera de salvar el vino. ¿Notaba físicamente las intervenciones?

Todos los tubos, las inyecciones, todo. Fue el drenaje. La doctora, que es fantástica, era la mala malísima de esa película que yo vivía. Pensaba que me daba gotas en los ojos para inmovilizarme. ¡Y lo que hacía era hidratarme! Los días se me hicieron años. A mi familia les dibujaron un camino sin retorno, mi actividad cerebral era nula. Pero ellos lucharon hasta el final."
Despertó mucho antes de lo habitual en pacientes de su gravedad. Los médicos de Santiago sugirieron a la familia que le pusieran música, que le hablaran, que la provocaran. Conchi, la tercera de los Pazos Gómez, buscó una canción en el móvil y se lo pasó a Guzmán, maestro cervecero 9 años más joven que Maria Josep, su amor. 'Estic esperant' (Estoy esperando), de Els Convidats. "Sonaron las primeras notas, la primera frase - 'estoy esperando tu respuesta...' - y empecé a llorar. Estaba entubada, ciega, paralizada, no movía nada y ¡lloraba! Mis padres venían de camino desde Manresa a despedirse", se emociona Maria Josep.

La explicación médica

A la "mala, malísima" de esta película, la doctora Esther Corres, intensivista y coordinadora de trasplantes del hospital Santiago, no le gusta mucho el subtítulo de libro que presentó la semana pasada su paciente en Vitoria: 'La historia real de la mujer que despertó del coma con una canción'. "Ella lo recuerda así, pero probablemente despertó rápido por toda la estimulación en su conjunto, por el apoyo familiar. Lo que más ayudó fue el tratamiento médico. Los estímulos aceleraron la recuperación".

En cuanto habló, Maria Josep le dijo a su hermana Conchi que lo apuntara todo. "En ese momento vives una magia, como entre dos mundos, pero va desapareciendo muy rápido y lo quería recordar todo". La mujer del autor de la canción milagro, la periodista Anna Vilajosana, le ha dado forma.

Maria Josep habló la semana pasada de esas otras vidas y Esther Corres, que la arropó en la puesta de largo de su libro, de la investigación que desde hace dos años desarrolla su equipo en el hospital Santiago, con la ayuda de la neuropsicóloga Berta Lalaguna y 82 pacientes en coma. A la mitad de ellos, dos veces al día, durante 15 minutos, les han puesto diversos sabores en la boca y sonidos que les puedan motivar. "Estamos convencidos de que si no les tratamos como números, si trabajamos la estimulación sensorial, si incorporamos a las familias, si los pacientes dejan de estar aislados, a largo plazo mejoran". Todavía no manejan resultados definitivos, pero la comunidad médica los espera atenta porque el llamado daño cerebral adquirido es "un problema de salud pública de primera magnitud por el número de personas afectadas", apuntan en el servicio de Medicina Intensiva del Hospital Donostia, en San Sebastián.

"No hay datos fiables" de cuántas personas padecen un coma en España por la descoordinación en las instituciones. En el centro de referencia estatal de atención al daño cerebral, dependiente del Ministerio de Sanidad, así lo reconocen. Pero se atreven con una extrapolación en base a estudios norteamericanos: una media anual de 2.500 personas ingresadas en estados vegetativo o de mínima conciencia por traumatismos cranoencefálicos. La mayor parte, pacientes muy jóvenes. Y solo suponen el 20% de los casos totales, según una aproximación de un estudio del Defensor del Pueblo. Los hay que despiertan, van a sus casas y tratan de encauzar esa nueva oportunidad, cargada de secuelas. María Josep apenas ve: un 4% de un ojo y un 2% del otro. Pero ella recompone "lo que haga falta con las neuronas". Ha recuperado la movilidad, pero no el puesto de trabajo.

- ¿Es lo que más duele?

- Sin duda. Mi cabeza está estupenda. Pero me han dado el 78% de invalidez. El primer año fue terrible, esperando a que me dieran la vuelta en el sofá. La familia va recuperando la rutina y tú no. Es muy difícil, pero terminas aceptando estos bonos extra. Mi vida era mi trabajo y mi hija. Ahora es mi hija y mi ocio. Voy a intentar trabajar mi cuerpo, adelgazar.

- ¿Teme a la muerte?

- No. Tampoco a que se mueran los míos porque sé lo que se siente: paz.

- ¿No le han dicho que suena demasiado esotérico?

- Me conocen. Todo el mundo ha entendido el mensaje. Yo era muy atea, y desde que desperté siento que está conmigo. Todos lo llevamos dentro.

- ¿A Dios?

- Sí. Y creo en las almas, en las reencarnaciones, porque las he vivido.