Es uno de los más grandes misterios arqueológicos de todos los tiempos: La desaparición de un ejército persa de 50.000 hombres en el desierto de Egipto, alrededor del año 524 a. C. Unos arqueólogos parecen haber hallado la explicación al misterio.

Cerca del año 524 a. C., el rey persa Cambises entró en el desierto egipcio cerca de Luxor (antes Tebas) con 50.000 hombres. Los soldados, según la versión oficial persa de la época, no regresaron jamás, ya que, al parecer, fueron tragados por una duna de arena. Una explicación inquietante, con cierto aire sobrenatural, que ha sido tema de muchos debates.

ruinas persas
© Francis FrithRuinas de la antigua Tebas (Luxor). No muy lejos de aquí, alrededor del año 524 a. C., el rey persa Cambises entró en el desierto egipcio con un ejército de 50.000 soldados, que, según la versión oficial persa de la época, desapareció tragado por una duna de arena.
El historiador griego Herodoto se hizo eco en su día de la posibilidad de que una tremenda tormenta de arena hubiera provocado el desastre. Otras hipótesis se han planteado a través de los siglos.

Con el auge de la arqueología científica en el siglo XIX, y la incesante y prolífica serie de excavaciones arqueológicas en Egipto que se inició entonces, la búsqueda del ejército sepultado ha sido lo bastante exhaustiva como para que ya se hubiera descubierto todo o parte de este ejército. Sin embargo, nada se ha encontrado. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que un ejército de 50.000 soldados desaparezca de esa manera y 2.500 años después siga sin ser encontrado?

El equipo del egiptólogo Olaf Kaper, de la Universidad de Leiden en los Países Bajos, ha descubierto lo que podría calificarse como un pacto de silencio promovido por intrigas políticas de aquella época, y ha llegado a una explicación del todo distinta a las barajadas hasta ahora:

Aquel ejército no desapareció tragado por una duna, sino que fue derrotado por el enemigo. Kaper argumenta que sus últimos hallazgos demuestran que el ejército no estaba simplemente cruzando por el desierto; su destino final era el Oasis de Dachla, donde estaban desplegadas las tropas de Petubastis III, el líder rebelde egipcio. Éste consiguió tender una contundente emboscada al ejército de Cambises, y de esta forma logró, desde su base de operaciones en el oasis, reconquistar una gran parte de Egipto, después de lo cual se coronó como faraón en la capital, Menfis.

El hecho de que el destino del ejército de Cambises no se haya aclarado durante dos milenios y medio se debe probablemente al rey persa Darío I, quien sofocó la revuelta egipcia con un gran derramamiento de sangre, dos años después de la derrota de Cambises. Comprendiendo el alto valor propagandístico de alterar la historia oficial del modo más beneficioso para sus intereses políticos, Darío I optó por ocultar el gran fracaso de aquella derrota bélica, y atribuir a los elementos naturales el trágico fin de la campaña militar lanzada por su predecesor.

Gracias a esta taimada y eficaz manipulación de la historia oficial, 75 años después del suceso, todo lo que Herodoto pudo hacer fue dejar constancia escrita de la posible acción de una tormenta de arena.