En un estuido que lleva más allá las conclusiones del famoso experimento de Stanley Milgram se ha descubierto que las personas "agradables" obedecen más fácilmente a la autoridad, aunque sea para dañar a otros.
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El psicólogo social Stanley Milgram se preguntaba en 1961 acerca de por qué una persona está dispuesta a obedecer a una figura de autoridad. En su famoso experimento, probó qué tan lejos eran capaces de llegar los sujetos al electrocutar a un extraño (un actor fingiendo retorcerse de dolor) simplemente por estar siguiendo las órdenes de un científico. Algunos incluso, señala Milgram, seguirían los decretos de la autoridad al punto de dejar a la persona muerta.

Ahora, un nuevo experimento publicado en el Journal of Personality ha retomado la idea de Milgram y la ha llevado al siguiente nivel, intentando descifrar qué tipo de personas son las que tienden a obedecer más fácilmente a la autoridad. Lo que descubrieron fue sorprendente: aquellos descritos como personas "agradables y concienzudas" son más proclives a seguir órdenes y dañar a personas que creen inocentes.

El experimento se llevó a acabo siguiendo los comportamientos de los participantes durante ocho meses, además de preguntarles sobre su historia personal y sus inclinaciones políticas. Los resultados fueron claros: los que normalmente se mostraban amistosos lo hacían porque no querían molestar a los otros, mientras que los que no parecían tan agradables tendían a mantener más firmemente sus propias posturas.
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Lo irónico es que personalidades que normalmente son tachadas de antisociales parecen ser realmente más conscientes del otro. Querer agradar y ser popular es un comportamiento que corresponde más a aquellos que sienten poseer cierta "superioridad moral", señala Kenneth Worthy.

Milgram quiso explicarse por qué los alemanes habían seguido a Hitler tan incondicionalmente. Ciertamente su experimento no revela el complejo mecanismo social que subyace al surgimiento del nazismo, pero estos estudios son como la llama de una vela que nos permite adentrarnos un poco en la insondable oscuridad del alma humana.