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Previo a su muerte los otros animales no se le acercaban y los perros aullaban al verlo. "Hacía unos días que me habían llevado a la finca que tengo en San Agustín unos caballos para que pasten. No eran más de siete. Al poco tiempo, la tropilla comenzó a rechazar a uno. No lo dejaban comer, lo mordían, lo pateaban, lo corrían, lo hacían de lado. Así estuvo la situación por casi un mes hasta que una noche los perros comenzaron a ladrarle. Cuando el caballo los miraba, aullaban. Pero no se le arrimaban. Lo observaban de lejos. El caballo, de unos 10 años, profería relinchos como de tristeza, de queja. Parecía lamentarse. Era estremecedor.

Una mañana, como siempre, me levanté y fui a ver los animales. Me encontré con un cuadro desolador: el caballo estaba muerto, caído sobre su flanco izquierdo. La visión era increíble: no había sangre, ni moscas, ni rastro de que alguien se hubiese acercado. Ni siquiera huellas de que el equino se hubiese movido en sus últimos momentos de vida. Parecía que había caído fulminado. Los otros caballos estaban lejos y no se acercaron nunca al cadáver como no lo habían hecho cuando estaba vivo. Era septiembre de 2002", contó, aún sorprendido, Carlos Taballione, un geólogo con amplia experiencia, andariego y profundo conocedor de los más alejados recovecos del territorio de la provincia.

Pero eso no fue todo, lo más extraño fue que, al acercarse al equino, Taballione observó que le habían extraído los intestinos por el ano y que en el hocico, en la zona del maxilar, le habían realizado un corte perfecto, prolijo, como si hubiese "sido hecho con un bisturí. Por ahí -dijo- le sacaron todas las partes blandas de la garganta", relató.

¿Y la sangre?

"La muerte del caballo fue un fin de semana. Llamé al Dr. Gustavo Dada, el veterinario que atiende a mi ganado, para que revisara el extraño caso. Sorprendido, no pudo explicar lo ocurrido. Revisó minuciosamente los restos, pero no encontró ninguna razón lógica a la muerte. El animal no había dado síntomas de estar enfermo. La única pista, la inexplicable conducta de los otros animales ante él", señaló Taballione rememorando lo ocurrido en su finca hace doce años.
"El doctor se detuvo en el corte del hocico. Era una verdadera obra maestra realizada por un as del bisturí. Le habían quitado las partes blandas, incluida la lengua. Durante su investigación, el veterinario advirtió que la cola estaba quebrada, como si hubiesen hecho fuerza para apartarla para sacar por el ano los intestinos. A partir de ahí, comenzaron las conjeturas y ninguna parece tener asidero", indicó el geólogo, quien hasta el día de hoy trata de buscar una respuesta al misterio.

Lo inexplicable

"Después de que el profesional lo observó, lo arrastramos hasta un zanjón a donde estuvo mucho tiempo, hasta que vino la lluvia y se llevó la osamenta, pero lo curioso es que nunca reventó, nunca hubo moscas ni gusanos", dijo Taballione.
"Se ha dicho y escrito mucho sobre hechos similares, ocurridos en diferentes partes del mundo, especialmente en el continente americano, donde se atribuyen estos hechos a abducciones extraterrestres, carnicerías perpetradas por el llamado ratón hocicudo, acción de vampiros y otras tantas. Lo real es que jamás se ha esbozado respuesta alguna que pueda ser considerada válida", concluyó.

El año del misterio

El año 2002 es para tener en cuenta en este tipo de cuestiones. El caso relatado por el geólogo salteño no fue el único. El mismo Taballione, cuando recorría la Puna trazando caminos, vio ese mismo año ocho vacas muertas formando un círculo. "Lo llamativo es que todas estaban caídas hacia la derecha y tenían las mismas características: no despedían olor, no habían reventado, no había moscas ni sangre ni rastros de animales carroñeros". El geólogo le preguntó al baquiano que lo acompañaba qué les había sucedido y le contestó que "fue un rayo", pero no podía ser: "No tenían la piel quemada y al igual que lo ocurrido con el caballo de mi propiedad no despedían olor y no sufrieron el proceso de putrefacción". Ese mismo año, El Tribuno cubrió varios casos de animales mutilados. Uno de ellos fue el de las vacas encontradas en una zona llamada El Cajón, en el interior de la finca La Troja, muy cerca del límite con el departamento de Metán. Los seis animales, propiedad de Tito Yurquina, estaban en un área de seis kilómetros, separadas unas de otras por 1.500 metros. Intervino la Policía de la Provincia y la Justicia y no hubo una explicación.

Perplejos

En 2002 se hallaron diferentes tipos de animales mutilados, entre ellos perros, gatos, caballos, ovejas, pero especialmente vacas. Los animales, en general, no tenían las partes blandas de la mandíbula inferior, el aparato genital, el pabellón auricular, los pezones, parte del cuero del abdomen y de la mandíbula, orejas, ojos, glándula salival, faringe, laringe, lengua y tráquea,
En la zona adyacente a los cadáveres no se encontraron indicios de vehículos, huellas de calzado, rastros de forcejeo por y hacia el animal, signos de radiación, derrames de sangre, olor ni putrefacción. Tampoco -lo que transforma en más increíble esta sucesión- los predadores ni insectos se acercaron jamás a los animales muertos. Los contornos de las heridas estaban cauterizadas en muchos de los casos, y no carbonizadas. Ninguna presentó signos de desgarro.