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El legado que recibimos al momento de nacer no solo implica patrona culturales, también incluye predisposiciones conductuales mediante la memoria biológica.

El legado cultural que recibimos es una clara arma de doble filo. Por un lado ahí encontramos buena parte de ese piso a partir del cual iremos experimentando con la construcción de nuestras propias estructuras. Por otro, detona tendencias de acción y pensamiento que pueden terminar erigiendo algunas de las mayores prisiones alrededor de nuestro camino individual, desarrollo personal y autonomía de pensamiento.

Pero esa herencia cultural no es la única que recibimos, ya que nuestra información genética también esta impresa con múltiples premisas y si bien aquí radica, precisamente, buena parte de las herramientas evolutivas que tenemos a nuestra disposición, también contiene unidades de data poco deseables, por ejemplo traumas o miedos que se registraron a manera de improntas en nuestros antepasados.

Un grupo de investigadores del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Emory, en Atlanta, comprobaron que las experiencias traumáticas no solo dejan huella en la estructura genética de un ser vivo, sino que dicha información puede ser legada a sus descendientes. Lo anterior lo determinaron experimentando con ratones cuyo ADN registraba estos traumas y luego comprobaron que la data era transmitida a futuras generaciones.

Exponiendo a los roedores a cargas eléctricas "moderadas", los investigadores los predispusieron a rehuir ante el olor de acetofenona. Esta aversión por el aroma asociado a la terapia de shock fue transmitida a la segunda generación, a pesar de que jamas tras dar a luz tuvieron contacto con sus crías y que estas no tenían registro alguno del temido olor. Es decir, en el caso de la segunda generación, la aversión era biológicamente heredada. Algo similar ocurrió con la tercera generación, pues los nietos de los roedores traumatizados demostraron un 200% mayor rechazo a la acetofenona, en comparación con los nietos de aquellos ejemplares que jamas tuvieron que pasar por esta experiencia.

Más allá de las implicaciones que este estudio pudiese tener en el estudio y tratamiento de las fobias y los desordenes post-traumáticos, también nos ayuda a dimensionar la enorme carga informativa con la que arrancamos nuestras vidas: evidentemente jamás comenzamos de cero nuestra propia. En este sentido parece más que pertinente tratar de detectar las numerosas manifestaciones de esta herencia conductual y, una vez detectadas, entonces proceder a depurarlas. A fin de cuentas, quizá, de este ejercicio depende buena parte de nuestro desarrollo personal. Y si el fin último es el auto-conocimiento, entonces con mayor razón debiéramos dedicarle tiempo a esta, por cierto fascinante, terapia.