Traducido por el equipo de editores de Sott en español

El defender la libre expresión y la libertad de prensa, lo que típicamente significa el derecho de diseminar ideas que la sociedad encuentra repelentes, ha sido una de mis principales pasiones durante los últimos 20 años: primero como abogado, ahora como periodista (y aquí y aquí). Así que considero positivo que muchos hablen abiertamente invocando este principio, como ha sucedido en las últimas 48 horas respecto al horrendo ataque a Charlie Hebdo en Paris.

charlie hebdo
© Joe Raedle/Getty Images
Por lo general, defender la libertad de expresión es más que nada una tarea solitaria. Por ejemplo, el día anterior, escribí un artículo acerca de los múltiples casos donde musulmanes estaban siendo perseguidos y aún aprisionados por gobiernos occidentales por discursos políticos publicados en línea - asaltos que habían provocado relativamente poca protesta, aún de aquellos campeones de la libertad de expresión tan vociferantes esta semana.

Previamente había escrito sobre casos donde musulmanes habían sido aprisionados por muchos años en EE.UU. por cosas como traducir y publlicar vídeos "extremistas" en internet, escribir artículos académicos en defensa de grupos palestinos o expresar severas críticas hacia Israel, o por cosas como incluir un canal televisivo de Hezbollah en un paquete de televisión por cable. Y eso está lejos de los numerosos casos donde personas han perdido empleos o sus carreras fueron destruidas por expresar crítica hacia Israel o (aún más peligrosa y raramente) hacia el judaísmo.

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Un punto central del activismo a favor de la libertad de expresión siempre ha sido la distinción entre defender el derecho a diseminar la idea X y estar de acuerdo con ella, diferencia que sólo los más simples de mente son incapaces de comprender. O sea, se defiende el derecho a expresar ideas repelentes mientras al mismo tiempo se condenan. No existe contradicción en esto: la ACLU (Unión Americana de Libertades Civiles; por sus siglas en inglés) vigorosamente defiende el derecho de neonazis de marchar en una comunidad llena de sobrevivientes del Holocausto en Skokie, Illinois, EE.UU., pero no se une a la marcha; en lugar de esto, condena vocalmente esas ideas y las juzga grotescas mientras defiende el derecho a expresarlas.

Pero esta semana, la defensa de los derechos de libertad de expresión fue tan vivaz que dio pie a un nuevo principio: para defender la libertad de expresión, no solo se defiende el derecho a diseminar el discurso, sino que se acoge el contenido del discurso mismo. Y entonces muchos escritores demandaron: mostrar "solidaridad" con los caricaturistas asesinados, no es suficiente condenar los ataques y defender el derecho de los caricaturistas a publicar, sino que se deben publicar y aún celebrar esas caricaturas. "La mejor respuesta a los ataques a Charlie Hebdo", anunció el editor de Slate, Jacob Weisberg, "es aumentar el tono de la sátira blasfema".

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Algunas caricaturas publicadas por Charlie Hebdo no solo eran ofensivas, sino prejuiciosas, como aquella que se burlaba de las esclavas sexuales de Boko Haram y las pintaba como reinas de la asistencia social (a la izquierda). Otras fueron mucho más allá de repudiar la violencia de extremistas en nombre del Islam, o de mostrar a Mahoma con imágenes humillantes (arriba, derecha), sino que contenían una continua burla hacia los musulmanes en general, quienes en Francia no son ni remotamente poderosos, sino que son una población inmigrante ampliamante marginalizada y señalada.

Pero eso no importa. Sus caricaturas eran nobles y deben ser aplaudidas - no solo bajo términos de la libertad de expresión, sino por su contenido. En una columna titulada "La blasfemia que necesitamos", Ross Douthat del New York Times argumentó que "el derecho a blasfemar (o al menos ofender) es esencial para el orden liberal" y también que "ese tipo de blasfemia [que provoca violencia] es precisamente el que necesita ser defendido, porque es la que aporta más a una sociedad libre".

Jonathan Chait de New York Magazine inclusive proclamó que "no se puede defender el derecho [a blasfemar] sin defender su práctica".

Matt Yglesias de Vox tuvo una postura más sutil pero de todas maneras concluyó que "blasfemar al profeta transforma estas publicaciones. De ser un acto sin sentido a uno de coraje y de necesidad, al tiempo que la observación que señala que el mundo estaría mejor sin dichas provocaciones se vuelve una forma de apaciguamiento".

Para apegarse a este nuevo principio de solidaridad con la libertad de expresión y cómo uno se expresa dentro de una vibrante libertad de prensa, publicamos algunas caricaturas blasfemas o al menos ofensivas sobre religión y sus seguidores:
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Y aquí algunas caricaturas que no son ni remotamente blasfemas o prejuiciosas, sin embrago van al punto. Hechas por el brillantemente provocativo caricaturista brasileño Carlos Latuff (reproducidas con permiso).
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¿Deberían ahora aplaudirme por mi valiente y noble defensa del derecho a la libertad de expresión? ¿He dado un fuerte golpe a favor de la libertad política y he demostrado solidaridad con el periodismo libre al publicar estas caricaturas blasfemas? Si, como Salman Rushdie dijo, es vital que todas las religiones sean sujetas a una "insolencia sin miedo", ¿entonces habré hecho mi parte por ejercer los derechos occidentales?

Cuando comencé a ver demandas pidiendo que se publicaran estas caricaturas antimusulmanas, el cínico dentro de mí pensó que quizá se pedía sancionar algunos tipos de lenguaje ofensivo yendo en contra de algunas religiones y sus seguidores, mientras se protegía a grupos más favorecidos.

En particular, Occidente ha estado bombardeando, invadiendo y ocupando países musulmanes por años, y matando, torturando y aprisionando ilegalmente a musulmanes inocentes, y el discurso antimusulmán ha sido un soporte vital de estas políticas.

Así que resulta sorprendente, de forma contraria, ver a grandes grupos de occidentales aplaudir las caricaturas antimusulmanas - no bajo términos de la libertad de expresión, sino por que aprueban su contenido. Defender la libertad de expresión siempre resulta fácil cuando te gusta el contenido de las ideas, o si no eres parte (o te disgusta activamente) del grupo siendo calumniado.

Es evidente que si un escritor especializado en diatribas abiertamente antinegras o antisemitas hubiera sido asesinado por sus ideas, no habría un llamado generalizado a republicar su basura en "solidaridad" con su derecho a la libre expresión. De hecho, Douthat, Chait e Yglesias se esforzaron por expresamente hacer notar que sólo estaban pidiendo la publicación de tales ideas ofensivas en el caso limitado donde hubo amenazas de violencia o se perpetró en respuesta (lo que prácticamente quiere decir, según mi entendimiento: discurso anti-Islam). Douthat usó itálicas para enfatizar cuán limitado era su defensa de la blasfemia: "ese tipo de blasfemia es precisamente el que necesita ser defendido".

Pero debemos reconocer el punto válido del argumento de Douthat/Chait/Yglesis: es genuinamente inquietante que los medios informativos se abstengan de publicar material por temor (en lugar de tener un deseo de evitar publicar material ofensivo de forma gratuita), como varios de los principales medios occidentales han admitido hacer con estas caricaturas, esto es una verdadera amenaza a la libertad de prensa. Pero existen todo tipo de perniciosos tabúes en Occidente que resultan en autocensura o en supresión obligada de ideas políticas, yendo desde la persecución y aprisionamiento hasta la destrucción de carreras: ¿por qué la violencia de los musulmanes es la más amenazante? (aquí no hablo del por qué los medios deberían o no publicar las caricaturas considerando su valor noticioso, mi enfoque es en la demanda de que sean publicadas de forma positiva, con aprobación, a manera de "solidaridad").

Cuando originalmente discutimos la publicación de este artículo para recalcar todos estos puntos, nuestra intención era comisionar a dos o tres caricaturistas para que hicieran caricaturas que se burlaran del judaísmo y calumniaran a figuras sagradas de los judíos de la misma forma que había hecho Charlie Hebdo con los musulmanes. Pero la idea fue frustrada por el hecho que ningún caricaturista occidental de preponderancia se atrevería a poner su nombre en una caricatura antijudía, aún con propósitos satíricos, porque hacerlo significaría instantánea y permanentemente el fin de su carrera, al menos. Comentarios anti-Islam o antimusulmanes (y caricaturas) abundan en los medios occidentales; el tabú que es al menos tan fuerte, si no es que más, es el de las imágenes y palabras antijudías. ¿Por qué Douthat, Chait e Yglesias y los defensores que comparten sus ideas de libre expresión no están llamando a la publicación de material antisemita en solidaridad? ¿O al menos rebelándose contra esta represión? Sí, aunque es cierto que medios como el New York Times en raras ocasiones publican tales representaciones, sólo son para documentar el prejuicio y condenarlo - no para publicarlo en "solidaridad" o porque merezcan una transmisión seria y respetuosa.

Con todo respeto para la gran caricaturista Ann Talnaes, Charlie Hebdo no es el caso de un "ofensor sin distinción". Justo como para Bill Maher, Sam Harris y otros obsesionados anti-islamistas, el burlarse del judaísmo, los judíos o Israel, es algo que rara vez hacen (si alguna vez). Si son forzados, señalarán casos aislados e infrecuentes donde habrían hecho alguna crítica al judaísmo o a los judíos, pero la mayoría de sus ataques está reservada para el Islam y los musulmanes, no al judaísmo y a los judíos. La parodia, la libertad de expresión y el ateísmo secular son los pretextos; los mensajes antimusulmanes son el principal objetivo y resultado. Y este mensaje - esta inclinación especial por el discurso anti-Islam ofensivo - sucede coincidir con, para alimentar, la agenda política exterior militar de sus gobiernos y su cultura.

Para ver qué tan cierto es esto, consideren el hecho que Charlie Hebdo - esos ofensores "sin distinción" y defensores de todo tipo de discurso ofensivo - despidió a uno de sus escritores en 2009 por escribir un párrafo que algunos dijeron era antisemita (el escritor luego fue demandado bajo cargos de crimen de odio, y ganó un juicio contra la revista por despido injustificado). ¿Eso suena a que son ofensores "sin distinción"?

La amenaza de violencia en respuesta a ideas ofensivas tampoco es de exclusivo dominio de extremistas clamando actuar en nombre del Islam. La obra de 1998, "Corpus Christi", de Terrence McNally, que representaba a Jesús como homosexual, repetidamente fue cancelada en teatros por amenazas de bomba. Larry Flint resultó paralizado por un supremacista evangélico blanco quien objetó la representación pornográfica de parejas interraciales en su revista Hustler. Las Dixie Chicks vieron una oleada de amenazas de muerte y necesitaron de grandes medidas de seguridad luego de criticar públicamente a George Bush y a la guerra de Irak, lo cual finalmente forzó una disculpa por miedo. La violencia incitada por fanáticos judíos y cristianos es innumerable, pasando por el asesinato de doctores practicantes de abortos a bares de homosexuales bombardeados hasta 45 años de una brutal ocupación de Cisjordania y la Franja de Gaza. En parte por la creencia religiosa (común tanto en EE.UU. como en Israel) de que Dios decretó que ellos deberían poseer todo el territorio. Y todo es independiente de la violencia de Estado sistemática en Occidente debida al sectarismo religioso, o al menos en parte.

David Brooks, del The New York Times, ha dicho hoy que la tendencia anticristiana está tan diseminada en EE.UU. - quien nunca ha elegido un presidente que no fuera cristiano - que "la Universidad de Illinois despidió a un profesor que enseñaba el punto de vista de la religión católica romana sobre la homosexualidad". Olvidó mencionar que la misma universidad acaba de despedir al profesor Steven Salaita luego que tuiteara sobre el ataque israelí en Gaza, cosa que la universidad juzgó como excesivamente vituperador para los líderes judíos, y que al periodista Chris Hedges le fuera retirada la invitación a hablar en la Universidad de Pensilvania por cometer el Crimen de Pensamiento de dibujar los paralelismos entre Israel y EIIL.

Ese es un tabú real - una idea reprimida - tan poderosa y absoluta como cualquiera en Estados Unidos, tanto que Brooks ni siquiera reconoce su existencia. Es ciertamente más que un tabú en EE.UU. que criticar a los musulmanes y al Islam, crítica tan frecuentemente escuchada en los círculos preponderantes - incluyendo al congreso norteamericano - que apenas se nota hoy día.

Esto subraya el punto clave: existen todo tipo formas en que ideas y puntos de vista son suprimidos en Occidente. Cuando esas publicaciones demandando la publicación de esas caricaturas anti-Islam comiencen a demandar la publicación afirmativa de aquellas ideas también, creeré en la sinceridad de su aplicación selectiva de los principios de la libertad de expresión. Uno puede defender el libre discurso sin tener que publicar, ya ni mencionar acoger, las ideas ofensivas que son señaladas. Pero si no fuese ese el caso, hagamos una aplicación igualitaria de este nuevo principio.