La verdadera historia de la erupción es narrada por Alberto Angela en un libro que resume 25 años de investigación

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© ABCUno de los bellísimos frescos conservados en las villas de Pompeya
En menos de veinte horas el Vesuvius (el monte exterminador que no es el Vesubio que conocemos hoy, como comúnmente se cree) expulsó diez mil millones de toneladas de magma, centenares de millones de toneladas de vapores y de otros gases a una velocidad de 300 metros al segundo. Se calcula que, en términos de energía mecánica y térmica liberada por la erupción del Vesuvius, equivaldría a 50.000 bombas atómicas de Hiroshima.

En Pompeya vivía Faustilla, la usurera que hasta el último momento persigue a sus clientes exigiendo el pago de los créditos mientras Pompeya se derrumba. Vive Novella Primigenia, la actriz que, tras el teatro, intima con hombres poderosos la noche anterior a la tragedia. Se encuentra allí Apollinare, médico personal del emperador Tito, que en su tour por la provincia visita a la bella Rectina, la aristócrata organizadora, incluso pocas horas antes de la catástrofe, de suntuosas fiestas en su villa al pie del Vesuvius.

Una Pompeya viva

Esta narración de la tragedia de Pompeya la ha hecho de una forma inédita el paleontólogo más famoso de Italia y divulgador científico Alberto Angela en su libro «Los tres días de Pompeya», un best seller en Italia. Durante veinticinco años ha estudiado las excavaciones, con la ayuda de vulcanólogos, arqueólogos, antropólogos y otros investigadores, para restituirnos la imagen de una Pompeya viva, que en su cotidianidad se asemeja de forma sorprendente, por las actividades de sus habitantes y la tipología de los mismos, a una ciudad contemporánea. Se alquilaban carros, existía el agua corriente y la mujer estaba emancipada.

Cuando uno llega a las excavaciones de Pompeya se tiene la impresión de que los romanos acaban de abandonar la ciudad. Es prácticamente el único lugar arqueológico en el mundo que cuenta la vida cotidiana de hace dos mil años. Pompeya parece haberse parado en el tiempo. Como en un filme, Angela nos descubre esas pequeñas cosas que se asemejan a nuestro mundo. En esa cuenta atrás de la tragedia, se comienza a las ocho de la mañana del 22 de octubre del 79 d.C., cuando faltan 53 horas para la erupción, que se produce en otoño y no en verano como siempre se ha narrado. La vida de Pompeya durante tres días la reconstruye Alberto Angela con siete supervivientes que históricamente han existido, con sus nombres y apellidos, a los que sigue paso a paso en un recorrido que se puede hacer todavía hoy por calles, casas y locales públicos.

Plinio el Joven y sus cartas

Nos encontramos así con Plinio el Joven, un superviviente que describió la erupción en sus dos famosas cartas dirigidas a Tácito. Plinio habla de la villa de la citada Rectina perteneciente a la élite romana, que también se salvó, al igual que el joven Aulio Furio Saturnino, miembro de una de las más conocidas familias de Pompeya que hacía negocios con ella. Se salvará Flavio Cresto, un liberto que va a jugar a los dados a un casino de Pompeya. Se salva también Tito Suedio Clemente, inflexible tribuno enviado a Pompeya por el emperador Vespasiano para concluir la revisión del Catastro. Por el contrario, poco clemente fue la suerte con la señora Giocondo: ese día había organizado un viaje a su granja fuera de Pompeya. Su marido, el banquero Lucio Cecilio Giocondo, había recibido a una señora rica en su oficina del Foro para gozar de la vida. Pero su esposa no saldrá ya nunca más de la granja, sepultada por la lava, gas y magma.

Siguiendo los pasos de estos supervivientes se descubre una Pompeya de nuevos ricos, habitada sobre todo por exesclavos, que habían encontrado su nuevo estatus social y económico en el comercio. Era un lugar también de excesos, con una treintena de burdeles, una ciudad en crisis: antes de la erupción se habían producido terremotos y el último había impedido a la ciudad surtirse de agua desde hacía meses.

Un breve lapso de tiempo ha constituido la diferencia entre la vida y la muerte. Quienes eligieron la fuga en las primeras horas desde que se inició la erupción tuvo la posibilidad de escapar. Por el contrario, los que dudaron o decidieron esperar que el Vesuvius se calmara permaneciendo en la ciudad, encontró la muerte. La mayor parte de los habitantes de Pompeya murió, porque ninguno esperaba tal catástrofe, y cuando lo comprendieron era demasiado tarde. El poeta Cesio Basso podría haberse escapado. El propietario del «hotel» donde se hospedaba, Cossio Libano, viendo las primeras nubes elevarse en el cielo, comprendió enseguida la dimensión de la tragedia que se abatía sobre Pompeya y tuvo tiempo para organizar tres carros y salvar a su familia. Ofreció un puesto al poeta Basso, que lo rechazó.

En un radio de 12-15 kilómetros el territorio en dirección a Pompeya quedará bajo un espesor de tres metros de lava. Cambiará la conformación de la costa, sepultará Herculano bajo veinte metros de fangos volcánicos y Pompeya bajo casi seis metros de lava, piedra pómez y cenizas. Pocos habitantes se salvaron, solo aquellos que se marcharon de inmediato. Datos ciertos sobre los muertos nos los hay, pero se estiman entre ocho y diez mil en Pompeya y de tres mil a cuatro mil en Herculano. El primer esqueleto se encontró el 19 abril 1748, y hasta hoy se han descubierto 1.047 en Pompeya y 328 en Herculano. Falta mucho aún por descubrir.

Era otoño y no fue el Vesubio

Entre las muchas «nuevas» verdades que están surgiendo sobre Pompeya, sin duda la más clamorosa se refiere a la fecha de la erupción. En todas las guías y libros se ha señalado el 24 de agosto del 79 d.C. La fuente principal era Plinio el Joven, que lo cuenta por carta a Tácito. Pero la carta original no existe, sino copias realizadas en el Medievo por amanuenses, posiblemente con errores de transcripción. Algunos investigadores, entre ellos Alberto Angela, sugieren otra fecha y estación del mismo año 79 d.C.: la erupción se habría producido el 24 de octubre. Se basan en indicios importantes: las víctimas no llevaban ya ropas de verano, sino de otoño, en algunos casos incluso voluminosas y pesadas. En muchas casas, como por ejemplo la del Menandro o la de los Castos Amantes, se han encontrado braseros para calentarse, lo que sugiere que había temperaturas bajas.

Además, se ha encontrado un gran número de castañas, típicamente del otoño, y nueces y granadas, que habitualmente se recogen entre septiembre y octubre. Los arqueólogos han descubierto terrenos agrícolas que producían vino, y la vendimia, que se realiza en otoño, ya había concluido cuando llegó la erupción. Además del equívoco sobre la fecha, hay otro mito que Alberto Angela aclara. El verdugo de Pompeya no fue el Vesubio como lo conocemos hoy. En la época de Pompeya no era visible. La erupción se produjo en otro volcán que se encontraba en el mismo punto, pero mucho más antiguo: el Vesuvius o Vesbius, hoy monte Somma. Ya fue catastrófico antes de Pompeya. Al menos tres de sus erupciones prehistóricas debieron ser apocalípticas, similares a la del 79 d.C. De una de ellas hay testimonios escalofriantes: restos arqueológicos en un poblado de la edad de bronce, encontrado en la localidad de Nola. Hace unos 4.000 años el Vesuvius tuvo una erupción violentísima.