Durante la contienda, un arcón que presuntamente contaba con los restos de San Juan Bautista fue escondido para evitar el saqueo soviético. En 1985 comenzó una auténtica misión de espionaje para hallarlo.
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© CENParte del relicario
La película de «Indiana Jones y el arca perdida» supuso, cuando hizo su aparición en los cines, toda una revolución. Sin embargo, siempre se ha pensado que la historia que narraba no era más que una fantasía que nunca sucedería en la vida real. Así era, hasta que se hicieron públicas las aventuras de Danny Douglas, un cazatesoros anglosajón que, hace apenas 30 años, vivió un verdadero largometraje de espías mientras trataba de hallar un arcón que - presuntamente- contaba con los restos de varios santos (entre ellos, San Juan).

Según publica la versión digital del diario «Daily Mail», para encontrar el origen de esta curiosa historia es necesario viajar en el tiempo hasta - aproximadamente- el año 1225. Fue en ese momento cuando el obispo de la ciudad belga de Florennes (Gerard de Rumigni) solicitó a un artesano la elaboración de un precioso arcón que salvaguardara los restos de San Timoteo, San Apolinar, San Mauro y San Juan el Bautista. La gigantesca urna fue llamada con el nombre del tercero, pues se cree que contiene su esqueleto entero.

Sin embargo, cuando el monasterio se disolvió con la llegada de la Revolución Francesa, el arca fue adquirida por el duque de Beaufort-Spontin, quien la compró a precio de saldo y la llevó a su castillo de Becov (en la República Checa). Allí permaneció, salvaguardada por la familia, hasta que se desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Fue durante los últimos años de la contienda cuando los soviéticos pisaron este lugar hambrientos de arte que robar y deportaron a Friedrich - el cuarto duque de Beaufort-Spontin- de la región por presunta colaboración con los nazis. Con solo una maleta en la mano, el noble dejó su casa, pero no sin antes esconder el arca de San Mauro.

El cazatesoros

Este tesoro permaneció escondido durante años. Sin embargo, en 1984 el norteamericano Danny Douglas coincidió con un miembro de la familia Beaufort-Spontin y, después de que éste le desvelara el secreto de San Mauro, ambos decidieron que entrarían en el país y, haciendo el menor ruido posible, recuperarían el relicario. Así pues, con el dinero que tenía ahorrado, este estadounidense planeó viajar hasta la República Checa. Una vez allí, ofreció a las autoridades 500.000 dólares (250.000 según otras fuentes) a cambio de que le otorgaran un permiso de excavación y recuperación de objetos sin hacer más preguntas.

Fue en ese momento cuando comenzó una verdadera historia de espías entre nuestro protagonista y Frantisek Maryska, jefe de la policía secreta de la región. Éste se propuso conseguir el objeto misterioso que ocultaba Douglas e hizo uso de todos los medios que tuvo a su alcance para tratar de sacarle la información. Así pues, llegó a rodearle de agentes secretos para hacer todo tipo de curiosos y extravagantes interrogatorios e, incluso, planeó enviar a una mujer para que lo sedujese y, posteriormente, consiguiera sacarle la información. Nada resultó.

Pero un despiste de Douglas terminó por dar una pista vital a su enemigo quien - sabiendo algo tan sencillo como que no necesitaría herramientas para sacar el relicario, consiguió averiguar su paradero y adelantarse al estadounidense. Finalmente, el policía descubrió el paradero de la reliquia el 5 de noviembre de 1985 y fue declarado héroe nacional. Por su parte, nuestro protagonista no recibió reconocimiento hasta el año 2003, cuando se le envió una carta desde el ministerio checo de cultura afirmando que se le reconocía su participación en el descubrimiento.