En un rincón de Toledo, se oyen los golpes metálicos de un martillo, que desafía al calendario y nos traslada de vuelta a la Edad de Hierro. Es la última escuela de forja artística y tradicional de España, creada para todos aquellos que busquen aprender este oficio.
Imagen
© Ramón Recuero - Forja Artística« Yo no soy artista ni escultor, yo quiero ser solamente herrero… ¡el herrero del pueblo! », ríe Ramón Recuero, que conserva su taller artesanal de forja.
En una época donde lo digital es casi obligatorio, los oficios manuales caminan cada vez más rápido hacia su desaparición. Pero en el pueblo de San Antonio (Toledo), el martillo de Ramón no para de sonar, llamando a todos aquellos que quieran conocer la tradición de la forja.
«Tenía 12 años y, en mi camino a la escuela, pasaba al lado de la Escuela de Artes y Oficios de Ciudad Real. Siempre me quedaba mirando el fuego que se veía a través de la ventana hasta que un día el profesor me invitó a entrar».
Así empezó Ramón Recuero a dar sus primeros martillazos, algo que no ha dejado de hacer hasta hoy, a pesar de que el eco de sus golpes es la nota discordante en una sociedad donde la tecnología ha sustituido con creces al trabajo manual.

Curiosamente, sus ganas de preservar la tradición de los antiguos herreros no le vienen de familia. «Mi padre trabajaba en una caja de ahorros y mis abuelos tampoco se dedicaron nunca al hierro. Pero sin embargo, la transmisión sí fue directa a través de mi profesor, que buscaba a quién transmitir lo aprendido durante varias generaciones de herreros». Desde entonces, la pasión que Ramón empezó a tener por este oficio, como le gusta llamarlo, no tuvo vuelta atrás.

Queso y tomates a cambio de verjas

«Yo no soy artista ni escultor, yo quiero ser solamente herrero... ¡el herrero del pueblo!». Ramón ríe mientras repasa su viaje a la India, que le dio la idea de potenciar el sistema de intercambio con sus vecinos. «Allí el herrero no cobra; pero la gente del pueblo le lleva comida cuando recoge su cosecha. Y pensé que podía hacer lo mismo con mis vecinos y ¡cobrarles en patatas! (risas). Así que ahora siempre tengo queso, tomate y patatas».
Imagen
Ramón se mantiene gracias a esos pagos en especias por trabajos como verjas o barandillas de hierro y, como complemento, con los cursos de fin de semana que imparte en su escuela de forja —cuyo precio asciende a 250 euros con el material incluido—. «La mía es una escuela muy 'pequeñica'; solo tenemos cinco plazas. Pero es la única escuela privada de España donde se imparten técnicas tradicionales de forja; al menos, que yo conozca. Las escuelas de arte que tenían esta modalidad la han ido eliminando en favor de estudios orientados a diseño».

De hecho, él fue el último alumno de forja en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo, donde cursó sus estudios. «Era el año 87 u 88... y éramos solo dos alumnos en clase de forja así que ese año eliminaron la especialidad». Reconoce que, en ese momento, la gente ya se empezaba a decantar por el mundo digital porque «era mucho más cómodo y limpio que meterse en la fragua, ponerse negro del humo y tener que darse una ducha al terminar». Pero parece que las cosas han empezado a cambiar: «En los últimos años, he notado un 'boom' enorme y todos los fines de semana tengo curso. Aunque, al principio de abrir mi taller, parecía que nadie se interesaba por la forja tradicional... y que esto se había perdido».

La forja también es cosa de informáticos

Su perfil de alumno es muy variado, sorprendentemente más de lo que se podría pensar. «¡Cada vez vienen más informáticos! Yo les preguntaba por qué habían decidido hacer el curso y me decían "es que necesitamos hacer algo que no sea virtual, que siga existiendo después de apagar el ordenador"».
Imagen
También acuden alumnos que buscan continuar con la tradición de su familia que, curiosamente, sus padres no les han podido transmitir: «Algunos alumnos vienen de familias que han tenido talleres pero que han perdido las técnicas tradicionales porque, en la anterior generación, ya no se usaban. Aquí enseño técnicas usadas en la Edad de Hierro, como la soldadura calda en la fragua, que se perdieron sobre los años 40, cuando la electricidad a los talleres y esa renovación de la tecnología hizo que lo anterior dejara de valer».

Ahora, en plena edad digital y tecnológica, Ramón apuesta por no perder lo que históricamente nos ha traído hasta aquí y aconseja a sus alumnos hacer lo que les motive. «Hace poco, tuve un alumno que es profesor de universidad y le pregunté qué le aconsejan estudiar a los chavales si no hay trabajo en ningún sector. Y me dijo "les decimos que hagan algo que les apasione y después ya verán si eso les trae un trabajo". Cada vez me encuentro a más gente que viene simplemente porque quieren ser herreros o maestros espaderos. Ellos serán quien más disfruten el curso».
Imagen
Entonces, en una sociedad donde las materias artísticas se están viendo sustituidas por las finanzas y el marketing, ¿queda espacio para el arte? Ramón toma aliento, medita un segundo y afirma convencido: «Sí... si nos quitamos ese objetivo de tener un gran sueldo, un coche mejor que el del vecino y una casa más grande que nadie. Si lo que quieres es disfrutar con lo que haces, cógete un oficio que te guste y haz aquello que te dé una vida como de vacaciones. Podrás ganar más o menos dinero según los clientes que tengas, pero nunca sentirás que te falta».
Imagen