Para lograr sobrevivir el ser humano necesitó de su capacidad de sociabilizar para asentarse en un mundo en el cual estaba rodeado de depredadores más fuertes que él. Si bien esto fue una gran virtud y nos posibilitó avanzar, en la actualidad, si no la sabemos emplear, nos puede conducir a caminos que van en contra de nosotros mismos y de los demás.

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Al tomar conciencia de que nuestro cerebro se desarrolló en un territorio en donde nos rodeaban depredadores más grandes, veloces y fuertes, estar unidos y en grupo nos permitió tener mayores posibilidades de supervivencia.

¡Y vaya si tuvimos razón! Una investigación realizada en conjunto por la Universidad de Oxford y el Museo de Historia Natural de Londres concluyó que uno de nuestros primos evolutivos, los neandertales, tenían una mayor corpulencia física (eran bastante más fuertes) además de poseer zonas cerebrales más grandes ―comparativamente con el homo sapiens― dedicadas a la visión y al dominio corporal. A priori todas eran aparentes ventajas físicas y cerebrales a la hora de sobrevivir. Sin embargo, no fueron suficientes y su extinción sucedió hace unos 30.000 años. La pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿por qué con todas estas virtudes los extintos fueron ellos y no nosotros? La razón puede radicar en la complejidad de nuestras áreas cerebrales vinculadas a la interacción con otros individuos: los neandertales eran parte de grupos sociales pequeños (de entre 30 a 50 individuos) y de una variedad mucho menor a la de los homo sapiens, quienes realizaban intercambios de experiencias con mucha más fluidez y los grupos eran más extensos (aproximadamente de entre 100 a 600 sujetos).

cerebro homo sapiens vs neandertal
Nuestra capacidad de sociabilizar nos permitió imponernos ante la adversidad, y ese legado es muy fuerte en nuestra biología, aunque en la actualidad no compartamos una misma cueva con decenas de personas, sino que interactuemos en aulas, oficinas o redes sociales. Es aquí donde puede que nuestro hábitat haya avanzado más rápido que la competencia adaptativa que nos caracteriza. Por lo tanto, la capacidad de interactuar y unirnos en grupos con otros seres humanos puede llevarnos a los actos más brillantes de inteligencia colectiva, pero también a aliarnos para excluir a otros y llevar adelante acciones que los afecten física y moralmente.

Vivimos en una sociedad en la cual no tiene ningún justificativo el bullying, el acoso laboral o el maltrato social. De hecho, el sentimiento de pertenecer y ser aceptado en un grupo social es una necesidad muy arraigada en nuestra especie. Una investigación conjunta entre la Universidad de Jena y el Instituto Max Planck, ambos de Alemania, concluyó que desde los dos años en adelante somos capaces de socavar nuestras preferencias personales, superponiendo las grupales por el hecho de poder pertenecer a un grupo. Si bien ésta es una cualidad positiva, también podría ser un arma de doble filo.

La historia nos ha demostrado que esto puede llevarnos a sumarnos a grupos donde los valores estén distorsionados y los objetivos propuestos sean negativos para nosotros y también para los demás.

El desarrollo del cerebro finaliza muchos años después del nacimiento, pudiendo destacar que la corteza prefrontal ―principal área cerebral que nos diferencia de otras especies― termina su proceso madurativo cerca de la tercera década de vida. Esta zona es la encargada de nuestra capacidad de auto-observación y de modificar o justificar nuestro comportamiento. Esto implica que la capacidad de ser conscientes de nuestros actos y cómo estos afectan en nosotros mismos y en otros individuos puede desarrollarse, pues, una ínfima parte de esa capacidad es innata, mientras que la gran mayoría depende de los aprendizajes obtenidos a lo largo de los años.

Principalmente los seres humanos necesitamos de otras personas que nos hagan de guías y nos enseñen a discernir entre los hechos positivos y negativos. Seguramente cometeremos errores a lo largo de nuestro desarrollo, pero contar con el apoyo y supervisión de una familia, amigos y docentes que nos ayuden a orientar nuestras acciones nos posibilitará mejorar como individuos.

Ser sociales nos permitió convertirnos en la especie más compleja que haya existido en el planeta Tierra. Probablemente nuestro mayor éxito radique en poder transmitir ideas de generación en generación, un factor distintivo al compararnos con otras especies. Todas las enseñanzas de quienes nos precedieron no fueron en vano: las teorías físicas de Aristóteles se convirtieron en vitales para el desarrollo de la ley de gravitación universal de Isaac Newton, y ambas, a su vez, las bases de la teoría de la relatividad general de Albert Einstein (esto pretende mostrar la complejidad de nuestras sociedades, ya que Einstein nació 2201 años después de la muerte de Aristóteles).

Las características de nuestra especie nos brindan la posibilidad de ser parte de los actos más geniales, permitiéndonos trabajar en equipo utilizando las leyes de la física con el objetivo de viajar a otros planetas. No obstante, también nos podemos unir para dañar a otros, dado que esta misma información es posible emplearla para la creación de armamento bélico.

Lo más importante es ser conscientes de la influencia que tenemos sobre otras personas y también de la que ellas tienen en nosotros para evaluar actos y trabajar en busca de ser mejores seres humanos, con ganas de vivir de forma armoniosa y en paz con el mundo que nos rodea.

Bibliografía:
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