Memecracia es el sistema en el que vivimos inmersos. Un mundo en el que internet ha multiplicado la información, y los medios de comunicación tradicionales han fallado. Un lugar desconcertante en el que las ideas que logran captar la atención ciudadana y guiar su comportamiento no son las mejores, ni las más nobles, ni las más útiles, ni las más veraces; solo son las más contagiosas.
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De los cinco millones de botellas de agua en envase de cristal que en junio de 2006 salieron de las fábricas de Solán de Cabras con destino a los bares, cafeterías y restaurantes españoles, dos millones jamás regresaron, en un caso de hurto colectivo y contagioso nunca visto. Los clientes se enamoraron de su bonito color azul y se la llevaron a casa metida en bolsos, escondida entre las camisas o directamente, pidiendo permiso para no retornar ese envase retornable.

Siete años después, a principios de 2013, el joven senegalés Dara Día pasaba en un mes de vender películas en el top manta alrededor del Mercado Central de Valencia, a dar conciertos en las discotecas locales. El vídeo musical que había grabado con un amigo sobre un chiste que estaba de moda en esos días en Internet, el "Ola k ase", había sido un éxito repentino.


Lo que tienen en común las historias del inocente robo masivo de las botellas de Solán y la súbita popularidad de Dara Día es que tras ellas existe un meme exitoso. Un meme es cualquier idea contagiosa, una idea que salta de mente en mente. Solemos relacionar el término con los fenómenos virales de internet, pero como pequeña unidad de la cultura humana, los memes son tan antiguos como nosotros mismos.

El término lo inventó el zoólogo Richard Dawkins en su libro de 1976 "El gen egoísta". "Al igual que los genes se propagan en un acervo génico al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, así los memes se propagan en el acervo de memes al saltar de un cerebro a otro", decía, y citaba como ejemplos "tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos".

Son memes, pues, conceptos tan pegajosos como el estribillo de la lambada, la leyenda urbana del hombre que se despertó en la bañera de su hotel sin un riñón, el Cristo de Borja, los montajes del rey Juan Carlos y el elefante que cazó, el Gangnam Style, la idea "es mejor comprar que alquilar", la moda de llevar zapatillas deportivas con plataforma, las expresiones "hilillos de plastilina" y "fin de la cita" de Mariano Rajoy o el baile impúdico de Miley Cyrus en los VMA. Tras todos ellos existe un contagio imparable entre humanos.

Los memes solo se preocupan por extenderse y sobrevivir, así que no tienen por qué ser buenos, ni bellos, ni útiles, ni verdad. El gran problema -y la razón última por la que el término meme está ahora tan de moda- es que la llegada de internet ha multiplicado de forma exponencial el número de ideas y contagios a los que estamos expuestos. Solo hace falta comparar el volumen de información que recibe un adolescente hoy con el que consumían sus padres. Los medios de comunicación ya no pueden filtrar estar avalancha, así que el bombardeo de memes nocivos es más intenso que nunca antes en la historia.

Incluso los memes que solo son irrelevantes nos hacen daño. Cuando Miley Cyrus o el "fin de la cita" secuestran nuestra atención porque estamos demasiado saturados o desconcentrados como para discernir lo importante, estamos eligiendo una cortina de humo mental ante la información que sí es buena, bella, útil o verdad. Los medios de comunicación, en el centro del huracán, incapaces de asumir que han sido destronados como único filtro de la realidad, se han dejado seducir por la audiencia que irremediablemente atraen los memes, contaminando aún más un ecosistema informativo ya en crisis por otras razones.

A ese sistema, definido por los memes descontrolados, lo he llamado Memecracia en una obra recién publicada, "Memecracia, los Virales que nos Gobiernan", que examina en profundidad qué son los memes, cuáles sus mecanismos de contagio y qué peligros acechan tras ellos.


Comentario: Un soplo de aire fresco - que es de agradecer - nos llega a través de esta periodista, Delia Rodriguez, quien comenta sin tapujos la situación gravísima en la que se encuentran ciudadanos y adolescentes por no ejercer sus facultades reflexivas ante titulares o cualquier tipo de mensaje aparentemente inocuo, independientemente del medio de comunicación o redes sociales en cuestión. Por otro lado recalca cómo el periodismo ha cedido su papel de comunicador de noticias relevantes y veraces al verse confrontado con el impacto social impuesto por internet con su realidad virtual, tan efímera como superficial.

¡Gracias Delia Rodriguez, tus comentarios no tienen desperdicios!



Tras la llegada de internet, sectores como la política, la publicidad, la empresa, los medios o el activismo dependen de lograr una atención que nunca ha estado tan dividida ni tan distraída. De conocer su funcionamiento y saber aprovecharlo o resistirnos a él dependerá nuestro futuro, tanto si nuestro trabajo depende del contagio ideas como si, tan solo, intentamos concentrar nuestra mente dispersa en aquello que de verdad nos interesa.

(Artículo originalmente publicado en toyoutome)