Hace un par de días terminé de leer un libro titulado In The Realm of Hungry Ghosts - Close Encounters with Addiction (En el reino de los fantasmas hambrientos - encuentros cercanos con la adicción) del Dr. Gabor Maté, y debo decir que fue una espeluznante y enriquecedora experiencia.

En el libro, Gabor Maté relata con muchos ejemplos escalofriantes la vida de personas dependientes de su adicción. Lo más aterrador de todo es que son ejemplos reales, otorgando así una voz humana a un sector de la población que - como explica - tal vez sea más importante de lo que imaginamos.
hungry ghost fantasma hambriento
© Gaki Zoshi

El Dr. Maté demuestra cómo, de una manera u otra, todos cabemos en el espectro del comportamiento compulsivo que podría ser definido como adicción, y como este término no solo se aplica al consumo de sustancias ilegales como las drogas, sino que también a comportamientos compulsivos como el sexo, ir de compras, comer, ver televisión, ciertas lecturas, mantenerse distraídos, etc. Lo que lo define es el contexto específico en el que se expresa y su origen.

El Espejo

Gabor Maté
Dr. Gabor Maté
Gabor Maté maneja un concepto interesante cuando propone que al dirigir nuestra atención hacia esta realidad se produce el efecto espejo en el que nos vemos reflejados a nivel colectivo e individual. A nivel colectivo nos permite apreciar cómo nos comportamos con los más vulnerables de nuestra especie, y en el contexto de personas drogodependientes, las juzgamos como responsables y enteramente capacitadas como para retomar las riendas de su condición - ¡como si tuviesen elección!, y en este frenesí de juicio egoísta terminamos negando su existencia, y las relegamos con desprecio y consiguiente olvido, pretendiendo constantemente que no existen.

Lo cual refleja exactamente la relación con nuestro propio mundo interno - que irónicamente termina engendrando las mismas tendencias adictivas -. Ignoramos las partes más débiles de nuestro interior, las negamos y olvidamos, nunca les prestamos atención, nuestras heridas y miedos son juzgados como indeseables o como aspectos defectuosos y, aunque vivimos controlados por ellos, nos autoconvencemos de que no existen.

El reprimir un miedo no significa que no siga latente, ni mucho menos que no vaya a afectarnos o a definir nuestro comportamiento más tarde, lo único que consigue esta tendencia es convertirnos en un títere a merced de fuerzas que no comprendemos.

Adicción, el hijo del dolor

Gabor Maté propone que todas las adicciones, ya sea a sustancias o comportamientos compulsivos, nacen del dolor y nos dominan mediante la explotación del miedo innato que tenemos todos a reconocerlo y aceptarlo. Las adicciones se convierten entonces en una forma de matar el dolor, pero el problema nace del hecho de que ninguno de nuestros intentos de llenar un vacío interno con algo externo será exitoso en tratar su origen, tan sólo conseguirán acallar los síntomas momentáneamente. De esta manera convivimos constantemente como esclavos de cualquiera que sea nuestra droga de preferencia, ya que una vez los efectos de lo que sea que nos distrae pasan, tendremos que volver a enfrentarnos con nuestros miedos y heridas o repetir e incrementar la dosis. Este es el principio de generar tolerancia a una experiencia o sustancia, la base fisiológica de la adicción.

El trauma experimentado por un niño va a dictar sus tendencias más tarde. Así sea consciente de ello o no, la manera en la que este trauma fuera experimentado e interpretado por su parte emocional tendrá mucho que ver con sus debilidades de adulto. Para dar un ejemplo, muchos de nosotros juzgamos a una persona con sobrepeso por tener poco control, pero la verdad es que sus experiencias son las que definen el valor emocional de la comida y para algunas personas la comida puede llegar a ser un antidepresivo o analgésico emocional.
Una forma simple de explicarlo que Gabor Maté usa es: "La pregunta no es por qué la adicción, sino ¿por qué el dolor?"
Uno se pregunta, "¿qué puede existir en la vida de una persona para que sienta la compulsión biológica de tener que apaciguar el dolor con sustancias y/o comportamientos de tal magnitud, inclusive cuando esto pueda significar su propia destrucción?" Buena pregunta.

Curiosidad y conciencia despierta

En el libro se expande bastante sobre la condición humana. En nuestro cerebro hay partes que cumplen la función ejecutiva de cuestionar nuestros impulsos y evaluarlos para que nuestras decisiones sean influenciadas por nuestra razón. El cerebro de una víctima de un trauma severo y consecuentemente de tendencias adictivas pierde la conexión con esta parte ejecutiva, por ende, su comportamiento es más impulsivo. Es como un coche sin frenos.

Estos frenos son desarrollados en gran parte por el ambiente en el que el cerebro crece. Una infancia llena de traumas y dolor estropean el desarrollo de ciertos mecanismos naturales en el cerebro y estos son reemplazados por otros. Este cerebro, desde su infancia, crece entendiendo el mundo como un lugar hostil, frío y doloroso del que hay que huir para poder sobrevivir, y encontrar el modo de reestructurar nuestro cerebro es esencial para entender el proceso en los demás y en nosotros mismos, ya que según explica el Dr. Maté, el cerebro en realidad nunca pierde su elasticidad, lo cual otorga esperanza.

Citando varias fuentes, Gabor Maté describe como hipótesis el hecho de que una curiosidad compasiva puede llegar a engendrar lo que él llama conciencia despierta y, por ende, sobriedad que según explica, dista mucho de una simple abstinencia.

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© NA
Es preciso que entablemos una relación íntima y veraz con nosotros mismos ayudándonos de preguntas como, por ejemplo, ¿cuál es el origen de mi dolor? ¿Por qué dependo de esta sustancia o comportamiento? Evitemos la trampa de enjuiciar nuestras tendencias, lo cual solo serviría para expandir el ciclo del trauma>dolor>adicción >juicio>dolor>más adicción>juicio etc.

Esto no intenta justificar ningún comportamiento, al contrario, la única forma de ser realmente responsables por nuestras acciones y su efecto en nosotros y los demás es volvernos conscientes de nuestra dependencia particular, y esto es imposible si se empieza este examen del comportamiento propio mediante la crítica demoledora. En cambio, si adoptamos una actitud sosegada de completa sinceridad con nosotros mismos y los demás, el monstruo que nos debilita pierde fuerza, pues el dolor reprimido, olvidado o ignorado seguirá operando la adicción mientras continúe escondido tras una oscuridad tan opaca que no acertaríamos a reconocerla en nosotros mismos.

Cualquier adicción o tendencia probablemente tuvo su origen en un mecanismo de defensa, algo que en algún momento fue necesario para nuestra supervivencia, y esta función tiene una importancia tremenda y digna de admiración desde el punto de vista de lo maravillosa que es nuestra maquinaria a la hora de proteger nuestra adaptación al medio. El problema persiste cuando el mismo programa generado para sobrevivir continúa rigiendo los aspectos de nuestras vidas, pese a que estos ya no guarden ninguna relación con el evento o eventos iniciales. Es decir, que ya no existe el peligro y, por tanto, ya no necesitamos este mecanismo de defensa. Fuimos víctimas, pero ya no lo somos, y debemos tomar responsabilidad por ello.
Al final una mente despierta, consciente de su propia tendencia mecánica, es más útil que una que se imagina estar a cargo de sus acciones, y para esto el primer paso es la sinceridad.
Estrés y un suelo fértil

Gabor Maté expande la idea de la minimización del daño, en la que explica que el cerebro está completamente conectado con su medio ambiente, constantemente reaccionando a lo que ocurre a su alrededor, asociando experiencias actuales con experiencias previas y asignando un programa para sobrellevarlas.

Una de los factores más comunes en las recaídas de los adictos es el estrés que se puede originar de muchas más maneras de las que creemos. Una fuente nueva de estrés puede reavivar viejas experiencias traumáticas y de esta manera generar un deseo por apaciguar el dolor o un ansia descontrolada de alivio. Esto se debe a la forma que tiene la dopamina de funcionar en el cerebro, siendo la dopamina el neurotransmisor que controla nuestros antojos y anticipación al placer, así como nuestra motivación. Cuando tenemos un cerebro predispuesto a interpretar las experiencias dolorosas o estresantes como oportunidades para recibir un chute de dopamina, ésta entra en escena y manda señales al cerebro que hacen que este chute se convierta en una prioridad. De ahí que la vista de una comida suculenta hace la boca agua.

Luego, una vez la sustancia llega al cerebro y el comportamiento se inicia, los opioides -en la mayoría de los casos- son segregados, y del mismo modo que la morfina desactiva el dolor, el estrés cede y nuestro mundo vuelve a ser un lugar seguro. Esto se conoce como la recompensa. El ciclo de opioides y dopamina es parte esencial del mecanismo cerebral fisiológico que hace posible una adicción y la inevitable estrepitosa recaida. Esta recaída juega un papel gigantesco en la perpetración del ciclo, del cual resulta casi imposible escapar.

Pero, ¿qué es lo que llegan a experimentar las personas cuando reciben su chute? Nadie describe una inyección de heroína como una excelente recepción de opioides en el cerebro, no, las descripciones suelen más bien cobrar un tono romántico con sabor a eternidad, de amor incondicional, aceptación y abrazos cálidos, claridad y autoestima, que es interesantemente lo que la mayoría de las personas dependientes nunca recibieron de niños.

Intentar modificar nuestro comportamiento en un ambiente igual o parecido al que lo generó es imposible, y si nos ponemos a pensar en qué ambiente viven la mayoría de usuarios de sustancias adictivas, la recuperación es más que improbable, es una consideración ridícula.

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© AP photo
Por esta razón, el Dr. Gabor Maté aboga por un programa de administración gratuita de sustancias psicoactivas gubernamental, en el que se cree un ambiente controlado, higiénico y libre de juicio. Esto afectaría de manera positiva a la tasa de muerte entre los adictos, la transmisión de enfermedades, la necesidad de robar o la prostitución entre otras cosas para costear y mantener sus hábitos.

Es más, un ambiente distinto al que generó sus hábitos aumenta la probabilidad de que las personas con la voluntad de cambiar lo hagan, y las que no, al menos que vivan de manera digna y sana. Según el doctor, se trataría de una estrategia mucho más económica y humana que la insensata guerra antidrogas de EE.UU., la cual dicho sea de paso tiene toda la pinta de no resolverse. La DEA (Administración para el Control de Drogas) necesita y se aprovecha del problema de las drogas en el mundo, de lo contrario no tendría razón de existir, tal como la OTAN necesita de una amenaza global terrorista.

Conclusión

Espero hayan disfrutado de este pequeño resumen, y aconsejo la lectura de este libro para que tal vez nos veamos reflejados en esta cruda realidad. Quizás nos llevemos una sorpresa y nos enseñe más de lo que hubiésemos imaginado. Y si no es por nosotros, pues puede que reconozcamos a alguien en una situación como las que él describe.

No es posible evolucionar como especie o comunidad si esta cantidad descomunal de sufrimiento diario sigue siendo ignorado por todos nosotros. En cambio, al hacernos conscientes de su existencia, puede revelar nuevas facetas de nosotros mismos y alentarnos hacia cambios positivos.
"Ningún árbol puede alcanzar el cielo a menos que sus raíces toquen el infierno". Carl Jung.
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