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La violencia juvenil afecta la tranquilidad ciudadana en varias ciudades estadounidenses, de la mano de pandillas y el narcotráfico, mientras autoridades implementan hoy nuevos programas para intentar neutralizar ese flagelo social.

El reporte anual sobre violencia del Buró Federal de Investigaciones (FBI) confirma que el número de asesinatos en Estados Unidos aumentó 3,1 por ciento durante 2010, al tiempo que los delitos mayores se incrementaron por primera vez en una década.

Añade el informe que los homicidios se dispararon drásticamente en varias ciudades, donde se destaca la elevación de 67 por ciento en Boston. Los asesinatos también escalaron en Houston, Atlanta, St. Louis y Phoenix, y en menor medida, en Chicago y Los Ángeles.

Según estadísticas de esa institución, alrededor de 10 por ciento de las personas asesinadas en Estados Unidos son menores de 18 años.

Otros de sus reportes revelan que desde 2006, cerca de cuatro mil adolescentes fueron ultimados. Solo en Chicago, de las 300 víctimas en lo que va de año, al menos 43 eran jóvenes.

Estamos perdiendo una generación por la violencia, lamentó una residente de Chicago, Diane Latiker, a la cadena de noticias CNN.

Nuestros jóvenes necesitan ayuda. Todos no son pandilleros ni han abandonado la escuela. Pero los que lo son, necesitan nuestra ayuda. De una u otra forma algo no está bien aquí, acotó.

Latiker desarrolla un programa social con un enfoque proactivo, a fin de frenar los asesinatos de menores en las calles. Ella apuesta por el diálogo con los niños, en vez de vilipendiarlos o marginarlos.

El profesor Daniel Webster, co-director del Centro Johns Hopkins para la Política e Investigación sobre las Armas, asegura que la violencia es recíproca y que detener un homicidio a través de la mediación es la mejor manera de establecer la paz.

Mayor número de cámaras de seguridad y una posición ofensiva contra la tenencia y venta de drogas en las calles ha reducido los homicidios de menores de 18 años durante los últimos tres años en Baltimore, resaltó Webster.

Sin embargo, el miedo persiste en los hogares norteamericanos. Un estudio de la Universidad de Chicago, de 2009, ejemplifica la angustia de una madre, quien teme que su hijo no regrese cuando parte hacia la escuela todas las mañanas.

Para el epidemiólogo Slutkin Gary, de la Universidad de Illinois en Chicago, la violencia infecta a las comunidades de la misma manera que la tuberculosis, el cólera o el SIDA.

En lugar de agua sucia o relaciones sexuales sin protección, estamos lidiando con otras causas como un sistema educativo caduco y la falta de oportunidades económicas, señala.

Al respecto, Tadd Carter, un activista en contra de la violencia juvenil, indica que la pobreza lleva a la frustración, conduce a la toma de decisiones imprudentes.

La pobreza significa que no hay dinero, que no se tiene qué comer. Si el menor no desayuna, no puede concentrarse en la escuela. Si no tiene buenas calificaciones, no podrá conseguir un trabajo, lo cual significa que tendrá que encontrar otras maneras de sobrevivir, argumenta.

Alex Kotlowitz, escritor y documentalista que ha abordado este tema, asegura que en aquellas comunidades donde conviven el desempleo, hogares inestables, falta de inversiones en la educación y carencia de viviendas, el sueño americano es una ficción y tenemos que hacer frente a eso.

Convencer a los niños para que no se maten unos a otro, incluso en los barrios más violentos, no es tan complicado como parece, acota.

Un primer paso sería, como en el caso de Diane Latiker, abrirles la puerta, darles de comer y tener la voluntad de conversar y ayudarlos.