Apenas una semana antes de la Navidad del 2011, Tokyo Electric Power (TEPCO), propietaria de la central de Fukushima, y el primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, declararon que los reactores de la planta estaban bajo control. La noticia fue recibida con alivio por el lobby nuclear internacional y los medios de comunicación afiliados.
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Pero los expertos, la prensa independiente y los defensores del medio ambiente contestaron que la noticia no reflejaba la realidad. El engaño residía en el termino "apagado en frío" mencionado por los técnicos de TEPCO. Este término significa que en condiciones normales, el combustible de un reactor es estable con una temperatura por debajo de los 100 grados centígrados en la vasija de contención. Pero después de Navidad, noticias preocupantes indicaron que la temperatura dentro de los reactores había aumentado y que los niveles de radiación dentro de las instalaciones eran letales para los humanos. Una vez más, el Gobierno japonés minimizó la extrema gravedad de la situación.

Contaminación devastadora

Heinz Smital, el experto de Greenpeace trabajando sobre los efectos a largo plazo del desastre dijo que, "la realidad es que habrá que combatir durante décadas los problemas en las instalaciones. Además, la zona estará contaminada radiactivamente durante décadas". Las cifras son demoledoras: cien mil toneladas de agua altamente radioactiva reposan en contenedores a la espera de una descontaminación lenta y muy costosa. La compañía francesa Areva depura alrededor de mil toneladas al día, pero los expertos se quejan de que ningún plan viable haya sido presentado para resolver el almacenamiento de los centenares de toneladas de residuos radioactivos que resultaran del filtraje.

El Gobierno japonés tampoco ha revelado cómo va a deshacerse de los 29 millones de metros cúbicos de tierra radioactiva que pretende sacar de las regiones contaminadas. Esta montaña tóxica podría llenar 23 estadios del tamaño del Bernabéu [estadio del equipo de fútbol Real Madrid, con un aforo de 90000 personas aprox.]. Las zonas contaminadas representan 2.400 kilómetros cuadrados - una superficie superior a la de la región de Tokio - y se extienden entre Fukushima y cuatro prefecturas vecinas. Los expertos dicen que las estimaciones dadas por el Ministerio de Medio Ambiente japonés son increíblemente optimistas y hablan de una factura que podría poner las finanzas del Estado de rodillas durante décadas. The Wall Street Journal cifró el coste en 12.000 millones de euros.

Expertos americanos en medio ambiente apuntan que el plan provocaría un segundo desastre ecológico cuyos efectos son difíciles de prever. Kathryn Higley, una experta en radiaciones y ecología que trabaja en la Universidad de Oregón (EE UU) declaró a The Guardian, que "la descontaminación puede ser realmente muy efectiva pero se trata también de un balance entre reducción de radioactividad e impacto medioambiental".

El problema de las partículas radioactivas de Fukushima es que son "pegajosas". Deshacerse de ellas supone extraer grandes cantidades de suelo, de hojas y de plantas, y hacen la tarea casi imposible en la campiña japonesa con sus arrozales, bosques y valles. Excavar la tierra en profundidad no solamente destrozaría las tierras dedicadas a los cultivos y a la crianza de animales pero volvería infértil a regiones enteras y destrozaría por completo a la fauna. Sin contar que esta solución no eliminaría por completo el problema de las radiaciones.

La contaminación pasaría a ser de "baja intensidad". Cientos de miles de personas estarían expuestas 24 horas al día a niveles de radiación tolerados por el Gobierno japonés pero 20 veces superiores a los que recibe la población no expuesta en Europa y superior a los que pueden recibir los trabajadores de las nucleares en Europa y EE UU. La tasa de mortalidad podría llegar a ser en algunas zonas como la de los lugares contaminados alrededor de Chernóbil.

Edificios con grava contaminada

En enero, varios periódicos japoneses publicaron que más de 200 constructoras adquirieron material radioactivo en la prefectura de Fukushima. Todo empezó cuando altísimas tasas de cesio fueron detectadas en apartamentos nuevos de Nihonmatsu, en la provincia de Fukushima. La grava venía de una cantera de Namie, una ciudad dentro de la zona de exclusión.

Se descubrió que la cantera había vendido 5.000 toneladas de grava a 19 empresas, semanas después de la explosión del primer reactor. Gran parte fue utilizada en apartamentos y carreteras.