"Mire este vaso vacío, aquí está tranquilo, sereno, aburrido, pero si se destruye, fíjese en las maquinitas tan ocupadas, mire como todas son útiles. Oh, qué precioso ballet tan lleno de forma y color. Bien. Piense en toda esa gente que las ha creado: técnicos, ingenieros, cientos de personas que podrán dar de comer a sus hijos esta noche para que crezcan grandes y fuertes y puedan tener sus propios hijitos y así sucesivamente sumándose de ese modo a la gran cadena de la vida. ¿Lo ve, Padre? Provocando una pequeña destrucción estoy fomentando la vida".
Eso es lo que
Jean-Baptiste Emanuel Zorg le decía a
Vito Cornelius, el sacerdote mondoshawan, en '
El Quinto Elemento' para convencerle de que, en fin, "están en el mismo negocio": el de salvar la vida del universo. Pero, sinceramente,
lo mismo podría haber dicho el volcán Kilauea en Hawái tras pasarse más de dos meses vertiendo cientos de miles de toneladas de lava al mar el año pasado.
Y es que, sorprendentemente, en mitad de esa oda a la destrucción descontrolada que causó el Kilauea
entre mayo y julio de 2018, los satélites de monitorización se dieron cuenta de que los niveles de clorofila del océano que rodeaban la zona de la erupción estaban disparados. Eso no significaba otra cosa que
una brutal floración de pequeños microbios fotosintéticos amontonándose alrededor de una erupción volcánica. Repito: una floración de algas en los bordes de un volcán. "Provocando una pequeña destrucción estoy fomentando la vida", que diría uno de nuestros villanos favoritos.