Traducido por el equipo de Sott.net en español
© Corbett Report
Imagina que encuentras a un preso en una celda sin cerrar. Confundido, le preguntas por qué está sentado allí si la puerta de su celda ni siquiera está cerrada.
"Oh, ¿la puerta está abierta? No lo he comprobado".
Le aseguras que no está cerrado y le vuelves a preguntar por qué no se va.
"¿Por qué molestarse? Probablemente me atraparán antes de que salga".
Miras a tu alrededor confundido. Le explicas que esto ni siquiera es una prisión. Que simplemente le han dicho que se ponga un mameluco naranja y se quede en una habitación sin cerrar, pero, él no tiene que cumplirlo. Lo único que tiene que hacer es irse.
"Incluso si me escapo, me encontrarán y me traerán de vuelta aquí. Será mejor que me quede aquí".
¿Crees que esta historia es ridícula? Por supuesto que lo es. Pero la situación que detalla es muy cierta.
De hecho, los investigadores conocen desde hace medio siglo el mecanismo por el cual se puede hacer que las personas se encierren efectivamente dentro de su propia prisión mental... y las agencias de inteligencia no tardaron en poner en práctica esa investigación.Hoy vamos a explorar la sorprendente historia real de cómo se ha condicionado al público a una (falsa) sensación de impotencia y, lo que es más importante, qué puedes hacer tú para romper ese condicionamiento.
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