"No usamos armas químicas en la Segunda Guerra Mundial. Incluso alguien tan despreciable como Hitler no cayó en el uso de armas químicas", así habló Sean Spicer como portavoz de la Casa Blanca. No es extraño que la inmediata indignación internacional -y el propio peso de la Historia- le hayan obligado a matizar sus palabras y pedir disculpas.
© Flickr / OakleyOriginalsVíctimas de la guerra de Vietnam.
Sin embargo, el problema no se limita únicamente a que su declaración fuera "insensible e inapropiada", como él mismo admitió;
se trata más bien de que son mentiras históricas ciertamente importantes, y sobre todo, de que provienen de una institución cuya legitimidad para establecer juicios morales sobre el uso de armas químicas es, a estas alturas de la Historia, más que dudosa.
Conviene comenzar con una precisión conceptual: las armas químicas son las que utilizan las propiedades tóxicas de determinadas sustancias para matar, herir o incapacitar a un enemigo. Se diferencian de las armas convencionales o de las armas nucleares porque sus efectos destructivos no se deben principalmente a una fuerza explosiva, sino a sus efectos tóxicos o contaminantes.
Hay diferentes criterios de distinción, y en ocasiones se distingue el uso ofensivo de organismos vivientes (como el
Bacillus anthracis, agente responsable del carbunco) como
arma biológica, más que como arma química, pero según la Convención sobre Armas Químicas de 1993, se considera arma química a
cualquier sustancia química tóxica, sin importar su origen, con la excepción de que sean utilizados con propósitos permitidos.
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