(España) - Cuando vienen tan mal dadas - o nos las dan tan mal— nos tiramos los trastos los unos a los otros en un guirigay interminable de damnificados, culpables, legítimos, ilegítimos, inocentes y verdugos para que, finalmente, se salve quien pueda. No parece que podamos evitarlo. Todos los sectores de la sociedad se defienden como buenamente pueden, salen a la arena a luchar por su cuota de poder, por lo ya obtenido, por lo que se pudiera perder e incluso por lo que podrían obtener en el tránsito, a río revuelto. Entre todos zarandeamos eso que se ha dado en llamar "interés general". Unos pierden, otros ganan. Por desgracia, durante esta crisis financiera parece estarse demostrando que la ciudadanía (los que atesoramos sobre todo intereses generales, más que particulares), tenemos todas las de perder.
En otros tiempos, un desequilibrio de poderes en el que saliésemos perdiendo podría saldarse con una revolución, al menos con una contestación social contundente, pero esto ya no es así, y a las pruebas de varios países (Grecia, Italia, Portugal, Irlanda), inclusive el nuestro, podemos remitirnos.Si en otro tiempo, ante una situación de poder injusto sobre la ciudadanía, ésta encontró la forma de responder - ese poder solía estar identificado, asumía hasta las últimas consecuencias el ejercicio del poder, de hecho solía ejercerlo un grupo determinado o, incluso, una única persona omnipotente, como aún sucede en tantos países—, en esta época democrática, liberal, financiera, sin embargo, hemos engendrado un sistema en el que las responsabilidades del desaguisado quedan convenientemente diluidas, confiriendo estabilidad social al sistema incluso en el desastre, incluso a pesar de que la regeneración fuese una opción deseable por parte de una mayoría de la sociedad.
Aunque el umbral de insatisfacción no está prescrito, la revolución parece harto improbable. Por ahora sólo podemos protestar vacuamente, en una queja continua, sin que se nos haga caso. Nuestra opinión, nuestros votos, ya no cuentan del mismo modo, se está haciendo evidente que se encuentran desvalorizados. No hace mucho, si un Gobierno lo hacía mal, lo echábamos y venía otro. Ahora ni siquiera esto es posible. Los gobiernos de los dos partidos que se venían alternando en el poder tanto en nuestro país como en otros países de nuestro entorno parecen no tener más remedio que gobernar en contra de la opinión general (los intereses generales) de la ciudadanía, evidenciándose que nuestros votos no son suficiente presión.
El único sino de los partidos más representativos es quemarse en el poder y pasar a la oposición. Quienes gobiernan, realmente, pues, se encuentran fuera del alcance de nuestros votos. Hay demasiados responsables decidiendo nuestro futuro a los que no podemos votar. Y la solución podría ser más democracia, es decir, hacer posible que elijamos también a esos que nos gobiernan desde fuera del alcance de nuestros votos, pero eso no parece probable, más bien al contrario, en el ínterin, aún perderemos capacidad democrática.
Cuanto más protestamos, menos derechos tenemos.Esta podría ser una descripción muy general de la situación en la que vivimos, pero ahora me permitiré además alguna preocupación personal. Lo diré con total brutalidad:
los psicópatas.
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