Por sobre la permanente tensión con el campo, Cristina defendió a rajatabla el modelo exportador. ¿Qué es, si no, la inauguración de una fábrica de cosechadoras? Fiat corta cintas, Monsanto espera.

Cristina Fernandez
La presidenta Cristina Fernández arribó a las 17.30 a la planta automotriz de la empresa Fiat, donde inauguró la fábrica que produce tractores y cosechadoras agrícolas.
Para no decir la Argentina toda, al menos Córdoba tiene, con el campo y su emergente más politizado, el agro, un inquietante problema para el análisis de disciplinas modernas, como la psicología social.

La presidenta de la Nación vino el martes a cortar las cintas de la flamante fábrica de tractores y cosechadoras de CNH, una empresa que forma parte del holding Fiat. De hecho, estuvo presente el presidente del grupo, Sergio Marchionne, un alto ejecutivo cuya influencia a escala mundial la propia mandataria se ocupó de explicar a quienes la alentaban desde el fondo.

Ese acontecimiento fue, para la industria en general - ni qué hablar de la cordobesa - e incluso para el kirchnerismo, azotado por estas horas por fuertes sospechas de corrupción y agobiado con la falta de respuestas a los problemas de la economía, una verdadera celebración.

El grupo italiano puso más de 130 millones de dólares para levantar en tiempo récord dos plantas para la fabricación de cosechadoras, tractores de media y alta potencia, y motores diésel, elemento este último que junto con las cajas de transmisión son, desde el punto de vista tecnológico, tanto o más importantes que los propios equipos rodantes.

Todo estará destinado a abastecer el campo argentino y la exportación.

La satisfacción por la nueva planta de CNH se extiende a lo laboral. Va a generar hasta 600 empleos directos y 1.500 indirectos, además de los 800 que posee en su red de concesionarios.

Si bien es cierto que las vicisitudes económicas de estos días inciden en el giro de corto plazo, a Fiat poco le importa esta incertidumbre momentánea. La empresa está segura de una cosa: el boom de la producción de agroalimentos continuará su marcha en el planeta, y es allí adonde apunta para hacer negocios.

Y también a consolidar otra pata, ante los dolores de cabeza que siempre trae una ultracompetitiva industria automotriz. Marchionne vive hablando de esas aceleradas transformaciones, una de las cuales terminó poniendo en manos italianas a un ícono norteamericano como Chrysler.

El kirchnerismo también conoce de las ventajas del modelo agropecuario. A su modo, trata de sacar tajadas de este proceso y nunca ha renunciado a la soja y sus derivados como fuente de ingresos indispensables.

Dólares clave, ya no sólo para alimentar la economía, sino para consolidar su modelo político vía una conocida gama de subsidios, desde los más razonables, como la asignación universal por hijo, hasta los menos comprensibles, como la millonada que se llevan Aerolíneas Argentinas y el Fútbol para Todos. También los hay de otro tipo, como los créditos del Bicentenario, por los que las grandes empresas han tenido mucha mejor suerte que las Pyme.

Sólo en soja, maíz y trigo, se estiman para el ciclo 2012/2013 unas 82,5 millones de toneladas, con ingresos para el país por 34.054 millones de dólares. Sobre parte de esos fondos, la correspondiente a retenciones e impuestos, estará la larga mano del Estado para tomar su porción.

En resumen, aun con las distorsiones conocidas (algunas dramáticas, como el caso de los desa­lojos o la tala indiscriminada, en los que la Justicia cuando no es sorda es lenta), el modelo de la producción agropecuaria sirve, dinamiza la industria, apuntala la economía, genera empleo y asiste al sector público en sus necesidades financieras.

Eso se celebró el martes en Fiat, al punto de que Cristina llegó a decir que, con este modelo productivo alentado desde la Nación, Córdoba había nacido de nuevo en 2003.

Esta misma Córdoba está, en cambio, paralizada frente a otro caso, el de Monsanto. No hay cosechadoras que funcionen sin semillas que germinen las plantas. Semillas hechas aquí o traídas desde otros lugares a Córdoba para su utilización.

El proceso para determinar con verdad y precisión el impacto ambiental de esa instalación industrial no termina nunca. En dos años, Fiat levantó dos plantas y ya está produciendo, Monsanto lleva el mismo lapso llenando papeles y trajinando con la polémica.

Si esta quiere ser una provincia agroindustrial, como quedó claro el martes, seguir dándole vueltas a esa radicación sin adoptar una resolución parece una cuestión más vinculada con cuestiones de psicología social que con la razonabilidad que debe primar, cuando un modelo es claramente definido, para atraer inversiones y sostener la economía.