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Algo huele demasiado a podrido en el Reino de Israel; y el hedor no proviene sólo de los tachos de basura y de los basurales. Seamos sinceros, quienes alguna vez decidimos ideológica y voluntariamente vivir en el Estado judío y autodeterminarnos nacionalmente, también soñamos con la oportunidad de ser partícipes activos en la construcción de un país más justo y solidario, que responda a las necesidades primordiales de ancianos, niños o todo aquél que por una razón u otra «tropezó» en la vida.

Seamos sinceros por segunda vez, sabíamos que nuestra decisión no sería un jardín de rosas, que Oriente Medio no es precisamente Escandinavia, y que el precio a pagar podría ser demasiado caro. Más de uno - yo entre ellos - tuvo la desgracia de medirse con la temprana pérdida de seres queridos en guerras o atentados terroristas. Ello aparte de los problemas naturales de adaptación a la sociedad.

Pero seamos sinceros por tercera vez. Si en el momento de decidir nos hubieran dicho que dentro de tantos o cuantos años, por cuestión de orden de prioridades, intereses políticos y decisiones propias, el Estado de Israel, con 8 millones de habitantes, tendría que medirse con la calamidad de más de 800.000 de sus niños que viven por debajo del umbral de la pobreza, no lo admitiríamos. Es más, lo consideraríamos un hecho antijudío y antisionista.

Pues bien hermanos míos, ese momento llegó, no sorpresivamente como lo hacen los temporales, los incendios o las guerras, pero llegó. Esta semana, el Instituto del Seguro Nacional presentó el «informe de la pobreza 2012» según el cual 817.200 niños - uno de cada tres de Israel - se encontraban ese año por debajo del umbral de la pobreza. A ello se le debe agregar el anunció del profesor Shlomó Mor-Yosef, director general del organismo estatal, de que a finales de 2013 se agregarán 35.000 más.

Como nuestra peor enfermedad es la mala memoria, conviene recordar algunos datos. En 2012 (año del informe), a pesar de que Israel disponía de dos ministros de Finanzas - Netanyahu por arriba y Steinitz por abajo -, terminamos - otra vez sorpresivamente - con un agujero presupuestario de 10.440 millones de dólares. En pocas palabras: a pesar de creernos «los mejores del mundo» (Premios Nobel, Silicon Valley hebreo, más arboles plantados que cualquier otro, etc.), conseguimos gastar 10.000 millones de dólares más de lo permitido y al mismo tiempo «lograr» que 800.000 niños tengan que comer en comedores populares, o que sus padres les proporcionen comida caducada «donada» por supermercados y restaurantes, o que sus mismos progenitores deban medirse con el dilema de qué medicamento comprarles antes si es que sufren al mismotiempo de diarrea o asma.

La pregunta formulada antes de las últimas elecciones por el actual ministro de Finanzas, Yair Lapid: «¿Dónde está el dinero?» o «Qué hicieron con el dinero que no tenían y gastaron?», cobra ante la publicación del informe mayor relevancia.

En el reporte, Mor-Yosef explicó que «pobreza» abarca a toda persona cuyos ingresos mensuales eran inferiores en 2012 a 2.820 shekels (805 dólares) o a 4.512 shekels (1.288 dólares) por pareja. Ello significa que en dicho año, 439.500 familias - un cuarto de la población de Israel (!) -, se encontraban por debajo del umbral de la pobreza aun cuando en muchísimos casos ambos cónyugues trabajaban. Pero todos sabemos que esos indicadores son ficticios. Ninguna familia promedio en Israel puede sobrevivir con 4.512 shekels.

Una investigación académica impuesta por la Corte Suprema al Intituto del Seguro Nacional acerca del proceso que condujo a imponer los actuales criterios de pobreza, llevó a conclusiones según las cuales dichos índices deberían duplicarse a efecto de ser reales de acuerdo con el coste de la vida, lo que aumentaría instantáneamente el número de pobres a casi la mitad de la población (!), o, si se prefiere, a más de un millón y medio de niños.

A su vez, otro informe «alternativo» difundido por la ONG de asistencia alimenticia «Latet» (Dar, en hebreo) aseguró que el 83% de los ancianos no pueden permitirse seguros médicos.

En el caso de los niños, «Latet» advirtió de que el 9% recurre al robo para comer y hasta un 29% abandonó la escuela, algunos de ellos, con el fin de buscar un trabajo o pedir limosna para ayudar a su familia.

El informe de «Latet» incluye una encuesta según la cual tres cuartas partes de los israelíes (!) están más preocupados por los problemas socio-económicos que por la amenaza nuclear iraní.

La pobreza y las desigualdades son la preocupación principal de los israelíes, seguido de la educación; los asuntos de seguridad sólo aparecen en tercer lugar, según determinó el sondeo.

Más de la mitad de las personas interrogadas afirmaron haberse visto obligadas a comprar menos comida en 2012 y a no adquirir medicamentos debido a la degradación de su situación económica; además, 15% de ellas tuvieron que recurrir a un empleo suplementario para incrementar sus ingresos.

El informe mencionó serios casos de hambre y destacó ejemplos de niños que llegaron a no ingerir alimentos durante tres días seguidos (!).

Por si ello fuera poco, otro informe elaborado por expertos del Instituto «Advá» para la Investigación de la Sociedad Israelí, señaló que mientras el ingreso de los patrones en Israel se disparó al 160%, las entradas de los empleados sólo crecieron en 35% en los últimos 10 años (!).

El reporte mostró que de 2002 a 2012, el ingreso nacional creció casi 46% en general, de 151.00 millones de dólares en 2002 a 220.000 millones de dólares en 2012.

«Si dividimos esa cantidad por el número de trabajadores en Israel en 2012, que fue de 3,6 millones, hallamos que cada empleado debió haber recibido, en promedio, 3.050 dólares más ese año, en caso de que la distribución de la riqueza en 2012 fuera como la de 2002. Pero ese dinero fue para los patrones en lugar de los empleados», indicó «Advá» en lo que bien pordría ser parte de la respuesta a la pregunta de Lapid.

Según Erán Weintraub, director de «Latet», el alto índice de pobreza en Israel es el resultado de políticas gubernamentales equivocadas y de la aplicación de un orden errado de prioridades nacionales.

«Sólo plantear el problema de la pobreza como objetivo central en la agenda del Gobierno permitirá a Israel alcanzar en una década la tasa media de pobreza en la OCDE y detener la desintegración de la sociedad y el crecimiento de la brecha cada vez mayor entre ricos y desposeídos», afirmó Weintraub.

Eso me lleva a advertir a las autoridades israelíes, a los dirigentes de las comunidades judías de la diáspora y a los líderes del Moviviento Sionista en general: un millón y medio de niños criados en Israel en la pobreza, se verán en apenas una década ante el legítimo dilema de defender la seguridad del Estado que no los tomó en cuenta, o ir, como muchos ya lo hicieron, en busca de nuevos horizontes más prometedores.

Nuestros Sabios de Bendita Memoria no adjudicaron la caída del Primero y Segundo Templo a Babilonia o Roma, sino al «odio gratuito» que reinaba dentro de la sociedad hebrea, en la cual valores como respeto al prójimo, responsabilidad mutua, tolerancia o solidaridad, fueron reemplazados por abuso de poder, codicia, egoismo y fanatismo religioso.

Quienes aseguran que Jerusalén es «sólo nuestra», argumentan que el nombre de la ciudad figura en 580 versículos de la Biblia y ninguna en el Corán. Son los mismos que hacen alarde del «cerebro judío» aunque ignoran que la palabra «cerebro» no aparece en la Biblia ni una sola vez.

Llegó entonces el momento de que el sionismo vuelva a su antiguo orden de prioridades: primero «cerebro», luego «Jerusalén», con todo lo que ello significa y representa.

De no ser así, también el Movimiento Sionista se situará por debajo el umbral de la pobreza y destruirá con sus propias manos el Tercer Templo.