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La idea de que pensar en positivo es necesario e incluso suficiente para alcanzar nuestras metas empieza a tener los días contados. A medida que se investiga más sobre la relación entre los pensamientos "positivos" y sus consecuencias, van apareciendo resultados que contradicen una idea que tiene más de mágica que de científica.

Los pensamientos "positivos" son aquellos relacionados con obtener lo que deseamos y/o superar una situación difícil, y que además provocan emociones agradables como alegría o relajación. "Voy a sacarme la lotería" y "esta enfermedad no podrá conmigo" son dos ejemplos de pensamientos positivos. Muchos de los libros de autoayuda, talleres motivacionales y supuestas terapias ofrecidas por todo tipo de charlatanes, coaches y psicólogos "positivos" se apoyan en la premisa de que generar expectativas positivas ("yo puedo lograrlo"), desear con fuerza que algo ocurra o intentar desarrollar una interpretación positiva de una situación es el camino para el éxito, la salud y la felicidad (felicidad que, por cierto, nunca se ha logrado definir).

Sin embargo, los estudios que analizan las consecuencias del pensamiento "positivo" y "negativo" comienzan a ofrecer resultados que contradicen la máxima de que el pensamiento positivo es algo intrínsecamente bueno y el pensamiento negativo, algo malo. Un buen ejemplo de ello son las investigaciones de la profesora de psicología de la Universidad de Nueva York, Gabriele Oettingen, de las que habla en un reciente artículo Oliver Burkeman, autor de "El antídoto: felicidad para la gente que no soporta el pensamiento positivo", del que hablaré en un próximo artículo.

Los estudios de Oettinger indican que las fantasías positivas permiten a las personas disfrutar en el presente de un futuro deseado. Pensar en positivo produce emociones agradables en el momento, pero se relaciona con con un peor rendimiento. Lo que viene a decir es que los pensamientos positivos puede permitir a la persona disfrutar de la experiencia deseada como si ya se hubiera conseguido, lo que reduce la motivación para seguir luchando por ella en la realidad. Los resultados de los experimentos indican que los pensamientos "positivos" provocaron menos energía (medida a través de indicadores fisiológicos y conductuales) que los que cuestionaban el futuro deseado, las fantasías "negativas" e incluso las neutras.

Pensar en positivo es agradable, bien porque provoca emociones o sentimientos deseables (alegría, diversión, etc.) o porque sustituye a otros que resultan aversivos (ansiedad, tristeza, etc.). El problema es que, como indican los resultados de estas investigaciones, esto puede provocar que la persona consiga a corto plazo lo que se propone (aumento del bienestar o reducción del malestar), y esté menos motivada para, a continuación, actuar para alcanzar un objetivo o poner en marcha soluciones reales al problema.

Para un psicólogo que trabaje en consulta, esto no debería resultar demasiado sorprendente. Cada día nos encontramos con personas que dedican una gran parte de su tiempo a tratar de eliminar sus pensamientos "negativos" sin hacer nada por solucionar su problema real, o incluso provocando nuevos problemas. Pero las consecuencias van más allá del ámbito clínico, ya que también en los cursos para desempleados o los talleres que se ofrecen a las empresas se parte de la máxima de que "todo depende de tu actitud". Sin lugar a dudas, el pensamiento positivo tiene su lado negativo, y el "pensamiento negativo" también provoca consecuencias positivas. Como siempre, depende del contexto.

Al final, como ya suponíamos, la magia no existe.