(España) - Cuando se dieron el batacazo en las pasadas elecciones se pusieron a decir que era un problema de cercanía con la gente. Bajaron al bar y se hicieron fotos con la camisa remangada. Hasta que pocos meses después los tenemos diciendo que lo humano, lo normal, es que un ministro reciba en el ministerio a un imputado por corrupción, como Rodrigo Rato. Eso es ahora lo cercano. A los suyos, claro.
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¡Al agua patos! Rato disfruta de unas desmerecidas vacaciones.
No solo lo hacen, sino que además afirman con arrogancia que volverían a hacerlo. ¡Otra cita para el pobre Rato! Incluso van tan sobrados que nos ponen excusas como si fuéramos tontos: Rodrigo fue al ministerio porque lo amenazan en Twitter.

La guinda es, cómo no, llevar la defensa a un contraataque: los imprudentes son los que están poniendo en peligro la seguridad de un amenazado como Rodrigo Rato. Qué imprudencia de toda la oposición y la de esos periodistas que han escapado al férreo control del gobierno y han publicado las andanzas del ministro Fernández con el ex vicepresidente de Aznar, ex number one del FMI, elegido para salvar Bankia y nuestro sistema bancario. Vamos, quien era el puto amo.
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Rodrigo Rato, la mar de tranquilo en Mallorca con su joven novia
Lo grave es que la ciudadanía pueda dar por hecho, como quien ve llover, que detrás de todo esto hay pactos de los políticos con sus corruptos. Que Rato o Bárcenas no tiran de la manta, porque hablan con el gobierno para que no les pase nada. Lo grave es que nuestros dirigentes piensen que todo vale, que crean que la gente se traga esto y más.

Que en vez de verlos, de una vez por todas, en el banquillo de un juicio que no llega, los ciudadanos puedan llegar a ver a Rato en el yate o a Bárcenas en Baqueira, con la misma despreocupación de quien ve el posado veraniego de Ana Obregón. Ojo si dejamos que nos acostumbren a convivir en la cochambre.