Seguro que alguna vez habéis vivido ese momento en el que alguien que se encuentra a vuestro alrededor comienza a reírse de una situación que puede que no os haga ninguna gracia, pero el simple hecho de ver las carcajadas del otro hace que comencéis a imitarlo sin ni siquiera daros cuenta. Pasa lo mismo con otras sensaciones, como la tristeza o el enfado. Basta ver a alguien llorar para que nosotros también rompamos en lágrimas y si un amigo llega cabreado de su trabajo es posible que nosotros también frunzamos el ceño, aunque nuestro día haya sido perfecto. Sí, los seres humanos somos todos unos imitadores de gestos emocionales; pero, ¿por qué?

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¿Qué dice la psicología sobre las emociones?

La explicación neurológica no está del todo clara, aunque existen muchos estudios científicos basados en las neuronas espejo que indagan en las causas a nivel cerebral. Sin embargo, los psicólogos parecen tener una respuesta conductual. Según Paula Niedenthal y Adrienne Wood, ambas psicólogas de la Universidad de Wisconsin, cuando alguien muestra sus emociones a través de gestos, inconscientemente tendemos a imitarlos porque es el mejor modo de empatizar con ellos. No es una novedad que muchos de nuestros actos funcionan a través de la asociación, por lo que esta teoría tiene mucho sentido.

Por ejemplo, si vemos a alguien lamentarse, sin darnos cuenta nuestra cara también mostrará tristeza y esto nos llevará a recordar momentos del pasado en los que nosotros pasamos por situaciones similares que nos llevaron a gesticular de ese modo. Solo así podremos saber exactamente por lo que pasa la otra persona y actuar en consecuencia, consolándola en este caso.
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Existen datos muy curiosos que confirman esta hipótesis. Por ejemplo, si una persona padece una parálisis facial a lo largo de su vida, también sufre un deterioro en su capacidad de identificar las emociones de los demás. Ocurre lo mismo en el caso de parálisis de nervios faciales a raíz de una cirugía plástica, pero no en personas con parálisis congénita (de nacimiento), ya que éstas han aprendido a lo largo de su vida otros métodos para interpretar cómo se sienten los demás.

Este descubrimiento no sólo resulta curioso, sino que además ayuda a comprender mejor algunas enfermedades caracterizadas por problemas en las interacciones sociales, como el autismo, ya que podría ser que dichos problemas para interpretar emociones ajenas estén relacionados con la falta de contacto visual, muy presente en estos pacientes. Así, podríamos estar ante un punto de partida para tratar estas enfermedades desde la raíz de los síntomas.

Así que ahora sabéis por qué no podéis evitar reír cuando lo hacen los demás. La risa es una enfermedad muy contagiosa. Pero bendita enfermedad.