Abrazada a su niña esperaba la ejecución del desahucio, la nevera vacía. Hacía dos días que Lucía no desayunaba para dejarle la mantequilla caducada y el pan duro a Valentina, su hija de solo dos años. Afuera se escuchaba el bullicio de los policías, los agentes judiciales y el cerrajero que destrozaría la puerta para echarlas a la calle. "Proceda", dijo la jueza con voz solemne y la casa parecía temblar de los golpes en la doble cerradura, en televisión la vicepresidenta Sáenz de Santamaría hablaba en la rueda de prensa de los viernes, anunciaba más recortes para cumplir los objetivos del déficit exigidos por la troika.

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© GoogleLa España negra y profunda de los desahucios

La Puerta se vino abajo con un gran estruendo y entraron los antidisturbios armados hasta los dientes. Lucía ya estaba colgada por el cuello, muerta y la niña acurrucada en una esquina abrazada a un peluche de Goofy.

Soraya sonreía ante los flashes de los fotógrafos. En la vieja casa de Coslada se hizo el silencio, solo la voz prepotente y soberbia de aquella política sin escrúpulos, el suelo estaba inundado de la orina de aquella mujer destrozada.

La niña cabizbaja no se movía, acariciaba la cabecita del muñeco, no miraba a su madre, había visto todo, Lucía le explicó que aquello era lo mejor en su desesperación, un policía la fue a tomar de la mano y ella se negó, en su tierna edad se amotinó en aquella esquina, el antiguo lugar de mágicos juegos, de caricias, de cariño, del calor que desprende el universo de lo que fue un hogar feliz.

La televisión no se callaba, nadie bajó el volumen, nadie la apagó, era una especie de letanía que presidía aquel ritual siniestro, el del poder más sanguinario ejercido sobre una humilde mujer y su hija, hablaba el presidente Rajoy, entonaba una especie de mea culpa sobre el resultado electoral, pero que millones de españoles lo seguían apoyando con su voto, se vieron imágenes de la calle Génova, sede del PP, donde un grupo de gerifaltes saltaban como energúmenos celebrando el nuevo triunfo.

Un vehículo de la funeraria aparcaba en la puerta, salieron varios hombres con una camilla para sacar a Lucía, los vecinos miraban por las ventanas, nadie decía nada, tres policías hablaban de fútbol y de los nombres del posible nuevo seleccionador de la "La Roja", de los nuevos fichajes del Real Madrid. El tono de su voz era normal, no existía un mínimo atisbo de empatía, una frialdad que daba miedo, la jueza dio la orden de levantar el cadáver de la muchacha, Valentina seguía acurrucada, con la cabecita pegada a la pared, los agentes judiciales esperaban que llegara una trabajadora social del Ayuntamiento para llevársela al centro de menores.