Juegan al fútbol apartados del resto del grupo. Pese al frío que se deja notar ya al caer la tarde, ambos visten pantalones vaqueros cortos y un abrigo fino. Uno de ellos usa al menos deportivas; el otro, chanclas. Han llegado hoy mismo -un día de noviembre- a Roma sólo con eso, con lo puesto; el balón lo consiguieron al llegar.
niños inmigrantes
© I. Monzón/ J. Muñoz Filemon y Yahya sonríen recién llegados a Europa (foto retocada por su protección).
Pocos se han percatado de los nuevos y esquivos inquilinos. Se muestran retraídos hasta que alguien se acerca a hablar con ellos. Entonces sacan la mejor de sus sonrisas, limpia e inocente. Es la carta de presentación de dos niños que aún tienen lejos la adolescencia. El peinado delata al más pequeño: "Mi ilusión es parecerme a Neymar", dice con la pelota entre los pies. Su amigo, por el contrario, esconde una cabellera no muy distinta bajo una gorra con la visera del revés.

Filemon, de 13 años, y Yahya, de 14, se conocieron hace algo más de un año en Senafe, una población ubicada en el corazón de Eritrea. El primero es cristiano y el segundo musulmán, pero poco importa el detalle para quienes emprendieron sin más compañía la marcha a Europa desde su país natal.

Etiopía, Sudán y Egipto hasta tomar una embarcación que los condujo a Italia. Aseguran que en cada país les esperaba un hombre que los iba llevando de un lugar a otro. ¿Mafias? No son capaces de responder a la pregunta, sólo que había que pagarles una cantidad que previamente les habían dado sus familias. "No sé cuánto dinero era, sólo que mi madre tuvo que empeñar algunas joyas", rememora Filemon.

Ya en el bote que debía servir como último medio de transporte para cruzar el Mediterráneo se encontraron junto a otras 400 personas. Sin comida ni nada que beber, en un trasto de madera agrietado del que había que ir achicando agua. Cuentan que la travesía duró varios días y que tuvieron que beber directamente agua del mar para resistir.

Tras ser rescatados los llevaron a Caltagirone, en Sicilia. Los identificaron, pasaron tres meses en un centro de acogida y una vez repuestos del susto escaparon, decidieron abandonar aquel hogar temporal y se metieron en un autobús que los acaba de dejar en la estación de Tiburtina en Roma. Allí se concentran varias decenas de migrantes, que como Filemon y Yahya, pretenden que Italia sea la puerta de entrada a Europa, pero no su destino final.

Algunos de ellos llevan por aquí el tiempo suficiente como para actuar de traductores ante la historia de los menores. Aunque son varios los voluntarios, agrupados en un colectivo, quienes los tutelan. Hace meses les daban cobijo en un centro social ocupado, pero tras el desalojo han tenido que trasladar la actividad a la parte posterior de la estación, donde un descampado lleno de hierbajos interrumpe la ciudad.

Actualmente hay entre 150 y 200 personas, un tercio de ellos menores. Andrea Costa, coordinador de la iniciativa, explica que su intención es ofrecer un "poco de humanidad" a todos aquellos que "escapan de los centros de identificación y quieren proseguir su viaje". Proceden sobre todo del Cuerno de África, la mayoría no solicitan asilo, por lo que su futuro depende de pasar inadvertidos como ilegales.

Los voluntarios les ofrecen comida diaria, ducha en el gimnasio de otro centro social dos veces por semana y contacto personal. Sus necesidades las deben hacer entre los arbustos. Y por la noche prima la jerarquía: hasta 30 menores - el máximo de la capacidad- pueden ingresar cada día en un centro coordinado por Save The Children, mientras que el resto duerme por la calle o se las ingenia para resguardarse en el aparcamiento de la estación.

Marco Cappuccino, responsable nacional de este proyecto de Save The Children llamado CivicoZero, distingue entre dos tipos los menores a los que atienden: aquellos que están en tránsito y otros que vienen a Italia por motivos económicos para trabajar en el mercado negro. Los primeros son sobre todo eritreos, afganos, somalíes y algunos sirios. Los segundos son en su mayoría egipcios, que acuden a este país, conscientes de que ya hay otros cientos de compatriotas en su situación.

Ambos grupos son, según Cappuccino, objetivo de redes mafiosas. Aunque preocupa especialmente el caso de los egipcios, ya que acuden "con una deuda contraída" con redes de extorsión "que deben pagar". El modo de hacerlo es a través de un "trabajo abusivo" o en los casos más extremos, "la prostitución masculina" de estos menores.

Al llegar a Italia algunos desaparecen nada más tocar tierra, pero el procedimiento habitual es que estos chicos pasen por centros de registro donde se les toman las huellas, y después se pierde su pista. Según el responsable de Save The Children, se debe a que son centros abiertos en los que "no se puede restringir el movimiento". Sobre todo porque están repletos. Un reciente informe de Amnistía Internacional asegura que los migrantes sufren incluso malos tratos y abusos por parte de las autoridades. Una razón más para escapar.
niños refugiados
© I.M. Los niños no acompañados migrantes en Roma que eluden a las autoridades pueden refugiarse aquí.
Mientras que el desalojo del campo informal de migrantes de Calais en Francia dejó hondamente preocupada a la ONU por la nefasta gestión en la reubicación de los menores (más de 1.000 no acompañados) y Save the Children advirtió de que varios de ellos tomaron el petate para rehacer su vida fuera de los centros de acogida, en Italia 28 niños se fugan cada día del sistema de acogida, según los datos de Oxfam.

Así, durante los seis primeros meses del año se daba por perdidos a 5.222 niños en territorio italiano. Ni las ONG ni el gobierno de este país tienen datos actualizados, pero la cifra se multiplica porque este año han llegado a Italia 19.429 menores no acompañados - según cifras del Ministerio del Interior a 7 de octubre- por los 12.360 de todo el 2015.

Tres años después de comenzar los desembarcos masivos en Italia, actualmente se registran en los distintos centros de acogida 14.225 menores no acompañados. El 90% tiene entre 15 y 18 años, casi todos son varones y proceden en su mayoría de Gambia, Albania, Eritrea y Nigeria.

El Gobierno acaba de aprobar una ley, a la que le falta el visto bueno del Senado, para regular su situación. Según la norma, que ha sido aplaudida por las ONG más importantes, se les impondrá un tutor legal durante su estancia en Italia, se garantizará su acogida en un plazo máximo de 30 días (actualmente pueden estar meses en un limbo legal) o se les facilitará asistencia médica, educativa y jurídica, entre otros aspectos que hasta ahora no les ofrecían.

Desde Save The Children asumen que llegan a donde no lo hace el Estado italiano, aunque sus reproches se dirigen más bien a Bruselas. "Pedimos a la Unión Europea la apertura de corredores seguros para facilitar la reagrupación familiar", expresa el responsable de la organización Marco Capuccino.

Sin conocer demasiado estos detalles, es lo mismo que reclama Filemon, cuyo objetivo es alcanzar Alemania, donde desde hace un par de años espera su hermana. A Yahya, su compañero de viaje, le trae sin cuidado el destino, pero dice fiar su suerte a la de su amigo.

Casi 9.000 menores desaparecidos en Alemania

En Alemania, país que recibió sólo en 2015 casi un millón de demandantes de asilo, las autoridades germanas cuentan actualmente 30.500 menores refugiados que han llegado solos.

Después de haber sido registrados como menores no acompañados demandantes de asilo en suelo alemán, lo normal es que se les atribuya un lugar de residencia en centros para menores. Allí están acompañados por equipos compuestos por trabajadores sociales, pedagogos y psicólogos responsables de crear un entorno apropiado para su desarrollo.

Sin embargo, los esfuerzos de las autoridades germanas no impiden que muchos de ellos terminen desapareciendo. Escapan de la supervisión de las autoridades, abandonando los lugares de residencia que les fueron atribuidos. "De ellos se puede decir que son niños fantasma", reconocen fuentes policiales en Berlín consultadas por EL ESPAÑOL. A la capital alemana llegaron en 2015 algo más de 4.250 menores. En lo que va de año se cuentan 1.200.

La Policía de Berlín reconoce que, entre ellos, hay casos de desapariciones. Sonja Kaba, una de las responsables de la Oficina para la Juventud del céntrico distrito berlinés de Friedrichshain-Kreuzberg, conoce algunos de esos casos. "No sabemos dónde están", dice Kaba a este periódico.

Desde el Ministerio del Interior alemán explican estas desapariciones apuntando que los menores se marchan porque siguen viajando al estar en busca de familiares residentes en otros puntos de Alemania o de Europa. De hecho, esas son las pistas que estudian en la policía. "Suele haber indicios que muestran que han seguido viajando, a Suecia, a Noruega o el Reino Unido, por ejemplo, porque allí viven sus familiares", aseguran desde la Policía de Berlín.

Encontrados por casualidad

En centros para menores como en los que trabaja Kaba en Berlín ha habido casos de menores encontrados por la policía en controles rutinarios de identidad. Kaba también habla de situaciones en las que el menor ha solicitado ayuda de las autoridades germanas en un estado federal alemán diferente al que se le asignó la residencia inicialmente.

Esto permite dar con los menores a los que se ha perdido la pista. "Pero que esto ocurra suele ser casualidad", reconoce la trabajadora del distrito berlinés de Friedrichshain-Kreuzberg.

Con los menores que se escapan, puede pasar de todo. "Hay cientos posibilidades", mantiene Kaba. "A veces recibimos mensajes de que el menor está en Grecia, que está de vuelta a su país de origen, porque la familia necesita ayuda...", cuenta.

En Grecia, los menores no acompañados representan el 37% de todos los que llegaron durante los primeros meses del año y los niños desaparecidos no son una problemática extendida. Tras el acuerdo firmado en abril entre la Unión Europea y Turquía, el flujo se frenó, pero antes también se registró "un número indeterminado de niños que están solos" y de los que no se sabe "qué ha pasado con ellos", afirma desde Atenas a este diario Chryssoula Patsou, de la organización helena de ayuda a los refugiados Praksis.

Ahora esta organización ha contabilizado recientemente casi 3.000 menores no acompañados viviendo en campos de refugiados y centros de acogida. Otras organizaciones humanitarias denunciaron hace tiempo el alojamiento de menores en calabozos; la explicación era que las autoridades se encontraban desbordadas para acogerles en otro lugar.

En suelo heleno saben que regresar siempre es una opción. Pero tras meses caóticos, la organización en Grecia mejora y ha comenzado un programa de escolarización en los centros helenos para los niños refugiados.

En Berlín, también puede ocurrir que la desaparición sea algo temporal. "Hay niños que vuelven a los centros de acogida después de haber vivido en otras ciudades, con amigos, porque no les gustaba el lugar en el que había sido acogidos inicialmente", plantean desde la policía en Berlín.

En la Federación Alemana para los Menores Refugiados No Acompañados (Bumf, por sus siglas alemanas) denuncian precisamente la falta de un sistema que permita a estos menores a viajar directamente desde los primeros países europeos que pisaron hasta donde tienen sus familiares o conocidos.

"Nuestra experiencia nos dice que estos niños suelen irse a escondidas para continuar su camino hasta donde tienen familia, porque no pueden ir con el apoyo del Estado al lugar al que quieren ir, donde tienen gente cercana", afirma a este periódico Tobias Klaus, uno de los responsables de la Bumf.

Según Klaus, consecuencia de que estos niños recurran a servicios ilegales para viajar, es que contraigan grandes deudas, saldables potencialmente a través de actividades ilegales. Hay dos "puntos calientes" de la criminalidad en la capital alemana. Kottbusser Tor se identifica con abundantes robos y tráfico de drogas, mientras que en la zona del Tiergarten es conocida por la prostitución.

La policía en Berlín sólo confirma que ha habido casos de refugiados relacionados con robos en Kottbusser Tor.

En Grecia, la otra puerta de entrada a la Unión Europea, esta problemática situación suena familiar. "Sabemos que entre los menores que se quedan aquí hay casos en los que pasan a dedicarse al tráfico de drogas", dice Patsou, quien reconoce que Praksis, su organización, está más centrada en los niños y adolescentes a los que tiene acceso.

España no está completamente libre de culpa en la problemática de los niños fantasma. Save the Children y la Fundación Raíces presentaron un informe recientemente sobre "la desprotección, el abandono y la discriminación que sufren los menores no acompañados en la Comunidad de Madrid". Mayoritariamente originarios de Marruecos, estas organizaciones advierten que estos niños "no están recibiendo la protección ni cuidados que requieren y, en ocasiones, se encuentran viviendo en la calle sin ningún tipo de ayuda".