Nada tenemos que celebrar sobre una Constitución impuesta en un momento político en que los jefes y oficiales que habían hecho la Guerra Civil con Franco, habían ascendido al generalato y ostentaban el poder. La consigna difundida entonces de forma no escrita era clara: "O esto o los tanques".
6 diciembre nada que celebrar
Comprendemos las dificultades y las dudas suscitadas en los representantes de la izquierda de entonces: Suponía ruptura con el régimen franquista -con todo las dificultades, presiones y persecuciones que ello conllevaba- o aceptar lo que sabían que suponía una farsa democrática.

Treinta y tantos años después, podemos valorar el resultado de lo que se ha llamado y vendido como "modélica Transición": Como un tiempo perdido en perfilar, instaurar y consolidar un autentico Estado de Derecho Social y Democrático.

Nunca hubo intención real de instaurarlo, como lo muestra la falacia de Suárez al insertar las expresiones "Rey" y "Monarquía" en la Ley de Reforma Política que suponían la desaparición de las Cortes franquistas y daba paso a la vigente Constitución.

Al aprobar esa Ley, se aceptaba implícitamente la existencia y reconocimiento de la Monarquía y la figura representativa del "Rey", y en consecuencia, no había nada que refrendar, ya lo estaba. Era la letra pequeña que nadie lee.

Nada tenemos que celebrar sobre una Constitución que el bipartidismo ha modificado a su conveniencia dos veces sin consultar a los ciudadanos faltando así a la soberanía popular; una, si bien sobre cuestión menor, en 1992, respecto al artículo 13.2 y relativa al ejercicio de sufragio de los extranjeros en las elecciones municipales. Otra, en 2011, bajo la presidencia del indigente intelectual que fue Zapatero, y que bajo el pretexto de alcanzar estabilidad presupuestaria, se cedió la soberanía nacional a potencias extrajeras (¿dónde estaba el honor de los patriotas militares con cuenta en Suiza que silenciaron aquello cuya defensa les tenemos encomendada?) de forma que todas las necesidades financieras y económicas de la Nación quedaban supeditadas al pago de la Deuda y sus intereses con prioridad sobre cualquier otro gasto, sea cual fuere su naturaleza.

De ahí vivieron los recortes en Sanidad, Educación y Asistencia Social.

Sépase de una vez que en todo país democrático, la aprobación de la Constitución, requiere publicidad, debate en las Cortes Generales y su posterior refrendo por los ciudadanos, y de la misma forma, CUALQUIER MODIFICACIÖN a la misma. Por todo eso, no es nuestra Constitución, sino SU CONSTITUCIÓN.

Lamentablemente, sigue siendo cierta la máxima: "aquella Nación que olvida su historia se condena a repetirla". Treinta y tantos años después, volvemos al punto de partida.