Moscú, Rusia. En la medida que pasó 2016 fue mayor la decepción de Ucrania, al ver que el conflicto en el sureste (Donbass) estuvo lejos de aumentar la presión de Occidente sobre Rusia, cuya economía buscó alternativas a sanciones foráneas.

Putin y Poroshenko
© Gleb Garanich/Reuters
El año se inició con una reunión del Cuarteto de Normandía casi exactamente 1 año después del encuentro en la capital bielorrusa de 2015, que dio paso al llamado acuerdo de Minsk 2.

Los 12 puntos del arreglo, cuya lógica consecutiva fue concebida con toda intención por el cuarteto, dejó fuera a Estados Unidos para evitar la concreción de planes de Washington de resolver el diferendo por la fuerza e involucrar en él a Rusia.

Pero las acciones de Moscú en Siria, de su aviación, fuerza naval y personal especializado para algunas actividades específicas en tierra, dieron una visión de hasta donde había avanzado Rusia, tras la desintegración de la Unión Soviética en su poderío militar.

De hecho, los problemas serios empezaron a arreciar para la propia administración del millonario chocolatero Piotro Poroshenko que finalmente se deshizo del primer ministro Arseni Yatseniuk, una de las figuras plantadas por Estados Unidos en el gobierno golpista de 2014.

Ni siquiera las medidas neoliberales que el propio Yatseniuk debió reconocer eran duras para la población, le pudieron garantizar un cupo seguro para el apoyo incondicional de Washington a su permanencia en el poder.

Con independencia de la razón de la mayoría de políticos ucranianos en las últimas décadas de independencia: llegar al poder, robar rápido y todo lo que se pueda e irse, Yatseniuk gobernó en un momento que había poco recursos para malversar y era más evidente el robo.

En la medida que la salida militar en el Donbass se hizo cada vez más difícil para el gobierno desde el punto de vista de personal, armamentos y financiamiento de la guerra, más los ucranianos miraron con desconfianza a un gobierno que los timaba.

Decenas de miles de personas salieron a las calles en noviembre de 2013, sobre todo a la Maidan Nezelezhnaya, en el centro de Kiev, para exigir el vector occidental de desarrollo, en medio de una fuerte propaganda antirrusa de Occidente.

Ahora se conoce que el propio candidato republicano y ganador de las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos, Donald Trump, se pregunta por qué se emplearon casi 5 mil millones de dólares para forzar gobiernos y otros menesteres.

Se sospecha que gran parte de ese dinero fue empleado en su momento para pagar tiendas de campaña, comida, aditamentos antimotines, cascos y hasta alguna que otra arma, con la cual se estima dispararon para eliminar a policías e incluso civiles como parte de una provocación.

Todos esos elementos incómodos sorprendieron casi al finalizar el año a la audiencia ucraniana, después que el defenestrado presidente Viktor Yanukovich aceptó participar por videoconferencia como testigo de un proceso judicial seguido en la propia Ucrania.

El objetivo del proceso era determinar, con cierto grado de parcialidad, que los responsables de la muerte de más de 200 personas durante las manifestaciones violentas fueron los dirigentes y funcionarios de la administración de Yanukovich.

Pero el exmandatario acudió a la sala del juicio con al menos dos gruesos tomos, donde, al parecer, acumuló pruebas de los desmanes ordenados por varios de los que ahora figuran en el ejecutivo o en el Parlamento.

El fiscal general ucraniano, Yuri Lutsenko, quien fuera ministro del Interior en tiempos del gobierno de Yulia Timoshenko, retrasó o puso en suspensión su presencia en el juicio.

Todo ello demuestra que la operación de entretenimiento ideada por Poroshenko para mantenerse en el poder sin movimientos populares con efectos similares a los de 2014 fracasó totalmente, con la aparición de miles de personas, nuevamente, en la Maidan Nezelezhnaya.

En esta ocasión, los reclamos son menos románticos y más concretos, con demandas de más salarios, menos recortes de gastos sociales y una reducción de las tarifas de gas.

Como afirmó Yanukovich en el juicio, el cuadro de desesperación de la población por medidas tomadas por el gobierno era, precisamente, lo que buscaba evitar su administración cuando postergó la firma de un acuerdo de asociación con la Unión Europea en 2013.

Poroshenko tiene poco que enseñar y muchos llegan a especular que podría tener los días contados, después de la victoria de Trump, a quien ofendieron públicamente en Kiev por admitir que podría tomar en cuenta la voluntad del pueblo de Crimea de separarse de Ucrania.
Petro Poroshenko
© desconocidoLa desilución de Poroshenko y todos los que odian Rusia
Son pocos los que consideran que las protestas antigubernamentales de esta ocasión, a las que intentan monopolizar elementos ultranacionalistas y neofascistas, podrían llevar a la caída del gobierno, pero otros factores externos podrían tener el mismo efecto.

En la reunión del Cuarteto de Normandía (Rusia, Alemania, Francia y Ucrania), efectuada el 19 de octubre en Berlín, se pudo apreciar que el principal elemento de esas negociaciones estaba lejos de ser Poroshenko. El presidente ruso, Vladimir Putin, marcó pautas allí.

De hecho, el acuerdo del cuarteto fue recomendar la elaboración de una hoja de ruta para poner en práctica los arreglos de Minsk-2, sobre todo, tener en cuenta que el orden de cumplimiento de esa avenencia va de los asuntos de reforma política a los llamados de seguridad.

En los primeros se incluye una amnistía para todas las fuerzas beligerantes, elecciones locales en Donetsk y Lugansk, en el Donbass, y las correspondientes enmiendas en la Constitución.

Los de seguridad establecen una retirada de fuerzas y armamentos pesados de la línea de confrontación, intercambio de prisioneros inspecciones de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, así como el control por Kiev de su frontera sureste.

En la reunión de ministros de Relaciones Exteriores del Cuarteto de Normandía en la capital belarrusa, el ruso Serguei Lavrov afirmó que a diferencia de eventos anteriores, Kiev al menos admitió la veracidad de lo acordado en Berlín, en lugar de presentar nuevas iniciativas.

Un avance, como está establecido, en el cumplimiento de los arreglos alcanzados en Minsk, pone de cabeza a la administración de Poroshenko que busca una provocación para llamar la atención de Estados Unidos y conservar a su protector.