"Estamos rodeados de gente maravillosa." Este folletín de soberanía popular por la bondad desenfrenadaes el mismo que circula cada vez que las redes sociales son utilizadas para subir al altar el profundo apego a nuestras emociones.
Pablo Raez
Pablo Ráez, un malagueño de 20 años al que en marzo de 2015 le diagnosticaron leucemia y recibió un transplante, e convertía en todo un ejemplo de superación.
Es igual que se trate de un atentado, de un niño muerto en el caudaloso mar de nuestra miseria, o de un joven que muere tras una lucha abnegada contra la leucemia. No importa el contexto, o nuestro posicionamiento real en nuestra vida cotidiana. Lo que ha de trascender es el ego solidario, sin que medie esfuerzo alguno ni por comprender ni por sabernos en nuestra actitud más indecorosa.

Del mismo modo que miles de personas se preguntan en este rocambolesco país qué hace un obrero votando a un partido de derechas, estaría bien que las mismas personas se preguntaran qué hostias están considerando quienes se enternecen con la lucha de un chico que propuso ayudar a quienes necesiten un trasplante de médula y el 90% no ha ido ni a donar sangre en su vida.

¿Estamos tontos o qué?

Si me solidarizo con los refugiados es porque estoy en contra de quienes impulsan las guerras, no porque me duele que cualquier ser muera en el agua. Si me solidarizo con los desahuciados es porque peleo por una banca pública, no porque un anciano se quede sin casa. Si me solidarizo contra el maltrato a la mujer es porque soy feminista, no porque alguien le haya levantado la mano. Si me solidarizo contra el hambre es porque peleo contra el Fondo Monetario Internacional y no porque un niño muera cada segundo. Si me solidarizo..., es porque la causa que me empuja a ello es la misma que me impulsa en vida.

Lo demás es acceder con enorme facilidad al click de cualquier noticia, y expandir la liturgia de la emotividad sin que nos importe cómo funciona ésta sociedad.

Pablo Ráez es despedido con aplausos en Marbella, y todo un país se vuelca con él para solidarizarse con un gesto que él pedía, y que casi nadie es capaz (tan siquiera) de intentar hacer. Es trágico. Pero es.

Estaría bien recordar que todos los actos solidarios requieren sacrificio, dinero, tiempo o trabajo, y que no los podemos despachar con tan solo un gesto.

Si queremos luchar a favor de la ética de los bancos cambiamos de oficina, aunque eso nos cueste dinero y algún que otro inconveniente. Si queremos luchar por el bien común en nuestra salud universal regalamos glóbulos rojos. Si queremos olvidarnos de las guerras exigimos el desmantelamiento de las bases militares. Si queremos acabar con la violencia de género ponemos contra la espada y la pared al macho ibérico. Y si queremos reírnos con las tonterías que hoy van a decir los actores contra Trump exigimos que hagan lo propio contra otros presidentes que apoyan sin vergüenza alguna (a pesar de su política criminal).

Todo, en esta vida, requiere un esfuerzo. El primero es pensar, y a partir de ahí llegan otros muchos que nunca debemos olvidar.

Claro que cada cual, y yo, no cumplimos con todos los requisitos que debiéramos. Pero es difícil mantenerse en silencio ante tanta emoción y tan poca capacidad de acción.

No me cabe la menor duda de que si todos los gestos que se multiplican en internet fueran consecuentes la revolución ya estaría en marcha. Pero somos así. Efímeros en nuestra responsabilidad y espectadores de otra realidad.