Las decisiones que toman los demás influyen en nuestras decisiones, generalmente sin que nos demos cuenta, ha comprobado un estudio que ha combinado las matemáticas con la psicología cognitiva. Ya se sabía que nuestros comportamientos tienden a alinearse con los de los demás, pero ahora sabemos que nuestras decisiones, también.
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Las personas aprenden a evaluar el nivel de prudencia, de paciencia o de pereza que muestran los demás después de observarlos, y lo que es más importante, eso influye sobre sus propias decisiones, incluso sin que se den cuenta, informa el INSERM en un comunicado.

Este descubrimiento, realizado por científicos franceses, puede tener consecuencias en las neurociencias, porque se desprende de sus conclusiones que las decisiones que toman los vecinos influyen en nuestras decisiones.

Los científicos estudiaron el comportamiento de un grupo de personas que debían tomar decisiones que implicaban bien la prudencia, bien la paciencia o bien un esfuerzo. Y descubrieron que, después de observar lo que hacían los demás, los participantes en el experimento imitaban su comportamiento, incluso sin darse cuenta.

Con este experimento, los investigadores pretendían comprender cómo tomamos las decisiones cotidianas, y determinar si es una cuestión de personalidad registrada en nuestros genes, de un proceso educativo o resultado de las interacciones sociales.

Para averiguarlo, los investigadores estudiaron las tres características que guían la mayoría de nuestras decisiones: la prudencia, la paciencia o el esfuerzo, o si se mira desde otro punto de vista, el riesgo, la impaciencia o la pereza.

Para ello combinaron las matemáticas con la psicología cognitiva. "A menudo se le reprocha a la psicología social que es una ciencia demasiado empírica cuyos resultados no se pueden reproducir. Para evitar este problema, hemos recurrido a la modelización matemática", explica Jean Daunizeau, responsable de esta investigación.

En la práctica, lo que han hecho es reclutar voluntarios y someterlos a test decisionales. Un ordenador les proponía diferentes opciones que implicaban diversos grados de paciencia, de esfuerzo o de prudencia.

Por ejemplo, debían elegir entre ganar dos euros inmediatamente o días más tarde, entre presionar con mayor o menor fuerza un dispositivo para ganar más o menos dinero, u optar por una lotería que ofrece muchas posibilidades de ganar poco dinero, o por otra que ofrece menos posibilidades de que te toque el gordo.

Los participantes respondían a unas cuarenta cuestiones de este tipo, permitiendo así a los investigadores crear un algoritmo representativo de su personalidad.

Segunda y tercera fase

En una segunda fase del experimento, los voluntarios debían predecir la decisión de un personaje ficticio inventado a partir del algoritmo de su personalidad, y que reflejaba la prudencia, la pereza o la paciencia de cada sujeto, y también todo lo contrario.

Espontáneamente, todos los voluntarios se imaginaban que el personaje ficticio tomaría las mismas decisiones que ellos, cualquiera que fuera su comportamiento. Sin embargo, después de varios errores y un período de adaptación, terminaban por predecir cada vez con mayor precisión las respuestas del algoritmo.

Todo ocurría como si las personas suponen que los otros piensan y actúan como ellas mismas, lo que se llama sesgo de falso consenso. En psicología, el efecto del falso consenso es un sesgo cognitivo por el que muchas personas tienden a sobreestimar el grado de acuerdo que los demás tienen con ellos.

Daunizeau explica al respecto: "este fenómeno ya ha sido descrito en otros contextos, tanto para decisiones éticas como morales. Estipula que las personas creen que su opinión es compartida por la mayoría, y esto incluye sus opciones por la paciencia, el esfuerzo o la prudencia".

Pero este sesgo de falso consenso se compensa progresivamente por el aprendizaje, descubrieron los investigadores: después de observar el comportamiento del personaje ficticio, los voluntarios predijeron correctamente el 85% de sus decisiones. Por lo general, las personas son capaces de interpretar adecuadamente las actitudes de los demás, explican los investigadores.

Por último, los investigadores sometieron a los voluntarios a una serie de test y constataron que sus decisiones evolucionaban, asemejándose a las del personaje ficticio. Para los investigadores, este tipo de mimetismo es relativamente inconsciente: cuando se les planteó la cuestión, los voluntarios no se habían dado cuenta de que sus decisiones habían evolucionado, ya sea con la prueba de la paciencia o de la prudencia.

Este fenómeno, dicen los investigadores, se conoce como sesgo de contagio social, y significa que nuestra actitud tiende a alinearse con la de los demás. Se le conocía asociado a ciertos comportamientos, pero este estudio lo ha descubierto también asociado a los procesos de toma de decisión.

Esta mejor comprensión de la influencia de los demás en la forma en que las personas tomamos las decisiones puede tener consecuencias médicas. Un mimetismo fuerte se aprecia en individuos sanos, pero ¿qué ocurre con las personas aquejadas de patologías psiquiátricas que afectan a las relaciones sociales, como el autismo o la esquizofrenia?

Esto es lo que los investigadores querían comprobar, si existen diferencias a estos niveles. Y señalan que la ausencia de mimetismo podría ser un síntoma que ayude a un diagnóstico. Por eso podría tener una utilidad médica, concluye el equipo de investigadores.
Referencia

Learning about and from others' prudence, impatience or laziness: The computational bases of attitude alignment. PLOS Computational Biology. DOI: http://dx.doi.org/10.1371/journal.pcbi.1005422