Era un lunes cualquiera del mes de julio del año 2013. En una mesa en Enniskillen, Irlanda del Norte, mandatarios de un grupo de potencias industrializadas daban pie a otro encuentro del llamado G8, un club, un cónclave de gobiernos reunidos sin fundamentación legal o acuerdo marco, pero a fin de cuentas efectuaban una reunión donde se alcanzan acuerdos de calado planetario.

En aquellos días, la Rusia de Vladimir Putin aún formaba parte de la mesa, no habían ocurrido los incidentes en Ucrania sobre los cuales se legitimaría su expulsión de tan selecto club a ese incómodo factor geopolítico euroasiático. En esa mesa se acordó la solución del conflicto en Siria mediante un gobierno de transición, se prometía el aislamiento de Irán a causa de su programa nuclear y se decidía que Corea del Norte debía necesariamente renunciar a sus ambiciones nucleares.

Sobre economía, se conversó sobre el remonte europeo de su crisis que implosionó el sistema financiero internacional en 2008. Barack Obama lucía flamante, hablaba del Tratado TransPacífico, la aún sólida y no tan cansada Angela Merkel le secundaba consintiendo la eliminación de obstáculos comerciales y de la burocracia, desde la intención de estimular a nivel mundial el crecimiento y el empleo.

Planearon fortalecer los acuerdos de libre comercio entre la UE y Estados Unidos. Al margen de la cumbre del G8, se dio el puntapié inicial a las negociaciones sobre este tema. Los países en la eurozona, en crisis, debían realizar ante todo reformas estructurales para allanar el camino hacia un crecimiento a largo plazo.

El G8 se retira de la mesa prometedor y flamante. Eran los tiempos en que los Estados parecían tener un efectivo control de sus dispositivos transnacionales de regulación del poder, aún en medio de las tramas bélicas y turbulencias económicas.
juego de tronos

El traste en las altas esferas y la composición del poder

Pocos pensarían, en junio de 2013, que apenas cinco años luego, el G8 sería llamado G7. Tampoco que el Brexit ocurriría como un gran acontecimiento de la fragmentación de los consensos europeos como se habían conocido. Pocos habrían imaginado que la Casa Blanca estaría capitaneada por el magnate inmobiliario Donald Trump y que su presencia rutilante en la política sería un elemento denominador de una fractura intestina en el poder estadounidense.

Pocos podían prever que una aventura de la OTAN en Ucrania mediante el fascismo del Maidán serviría para generar un cuadro de inestabilidad militar en las puertas de Rusia y propiciaría una carrera frenética de Europa para intentar aislar a la Federación. De hecho, pocos podían prever que Europa endosaría su política exterior al Departamento de Estado norteamericano al punto en que hoy lo apreciamos.

Rusia da la espalda a Occidente y mira a China. Pocos pensaron eso en 2013. Cierran el acuerdo estratégico más importante en 100 años: energía, infraestructura y pagos en monedas nacionales, excluyendo al dólar.

Donald Trump desecha el Tratado TransPacífico y China relanza su nueva Ruta de la Seda, abriéndole paso al siglo euroasiático, mediante la articulación de infraestructuras, financiamiento y comercio a niveles que la humanidad no ha conocido desde tiempos del Imperio Romano, si es que hay algo que se le pueda comparar.

En 2013, pocos pensaron que Bashar Al Assad ganaría la guerra contra el Estado Islámico en Siria, o que Corea del Norte conseguiría, con su poderío nuclear, consolidar un estatus de interlocutor directo de EEUU, mientras Kin Jong-Un se reúne con Trump.

El arco de conflicto en Medio Oriente alcanza hoy las barbas sauditas con la guerra en Yemen y el norte de África es el hervidero de la crisis humanitaria más grande de nuestro tiempo, cuando miles mueren ahogados en el Mediterráneo intentando alcanzar Europa, la cual lidia con una crisis política inmanejable, entre el problema de los refugiados, la austeridad, el fin de los gobiernos socialdemócratas y el ascenso de factores ultranacionalistas en varios países.

En 2013 no se habló del mundo donde China emite futuros en yuanes, comprometiendo el reinado del petrodólar en el mercado de materias primas. El mundo donde Rusia veta el dólar de gran parte de su cartera de relacionamiento comercial, la misma época en que Irán se deslinda de la moneda estadounidense y en Eurasia, países como Kazajistán, emplean el rublo y el yuan como monedas principales de intercambio.

En Irlanda no se habló de las criptomonedas, la convergencia de operaciones de más de 300 mil millones de dólares en Bitcoin y la sedimentación progresiva del signo monetario norteamericano como medio de pago. China ya tiene su moneda en la cesta de canastas en el Fondo Monetario Internacional y los bancos chinos se vuelven una referencia alternativa muy sólida para el financiamiento del desarrollo, infraestructuras e industrias.

En términos estrictamente temporales, cinco años es un lapso definitivamente estrecho para sopesar semejantes estremecimientos en la composición del poder. Los Estados-nación, cada vez más débiles, parecen evidenciar un cambio de situación mucho más profundo. Probablemente este tiene lugar en la pugna intestina de élites que está transversalizando la política global, desde diversos frentes en simultáneo.

Un breve retrato panorámico del momento

La economía mundial supera el ciclo prolongado de bajos precios petroleros de los últimos años. Trump decidió retirarse del acuerdo nuclear iraní, amenazando con sancionar a los persas y relegarlos del mercado petrolero, pudiendo con ello acelerar una escalada de los precios.

La caída de la producción en Venezuela es atendida por China, quien ofrece 5 mil millones de dólares para que remonte su producción, alivie su crisis interna y también para que se atenúe el probable aumento desmesurado del petróleo en ciernes, cuestión que en la economía mundial actual beneficiaría a muy pocos y perjudicaría a muchos.

Recordemos que Venezuela entró al flamante club de países cuya economía es bloqueada por EEUU. El país lidia con los embates de sólidos dispositivos operativos y funcionales de asfixia económica interna y externa.

EEUU y China libran ahora una guerra comercial. La guerra la inició Trump, poniendo aranceles a mercancías chinas, por lo cual Pekín respondió de manera acorde. La India se deslinda de EEUU y prefiere ahora un acercamiento sólido con su rival tradicional, que es China. El llamado gigante asiático desarrolla un planteamiento pre-bélico para atesorar las aguas de sus mares, su yugular comercial.

Los temores de una nueva crisis financiera son persistentes. El Congreso estadounidense está discutiendo un regreso al esquema del patrón oro para el respaldo al dólar, luego de décadas de Bretton Woods y una arquitectura financiera que se está resquebrajando.

La proporcionalidad del conjunto de relaciones que están surgiendo en este mundo convulso es equivalente a un movimiento de placas tectónicas. Si caracterizamos estos episodios, tienen el común denominador de que en todas estas instancias hay poderes y consensos que se debilitan, y frente a esta debacle, otros emergen.

Justo ahora, EEUU lucha contra la emergencia de un mundo multipolar, con múltiples potencias en ciernes, los hechos económicos en el terreno apuntan regularmente a semejantes tendencias, a inflexiones inocultables. Sigue existiendo la pregunta: ¿será lenta y razonablemente digna la decadencia del "hegemón" o arrastrará consigo a todo el mundo en medio del estertor de la política exterior estadounidense que luce desbocada? Es algo indispensable que hay que sopesar.

La hegemonía estadounidense incluso se está divorciando de Europa. La UE ya no se asume "protegida" por EEUU y las divergencias generadas por la ruptura unilateral de EEUU del acuerdo con Irán han generado una fractura severa. Aún así, la posición militar de EEUU se solidifica como talante medular de su influencia. A EEUU necesariamente le corresponde asumir abiertamente un rol de "matón global", o como lo llamaría Pepe Escobar, un "Globocop", para sostener ciertas cuotas de poder.

El mundo que se proyecta parece atravesado por la onda expansiva del conflicto, desde los Estados profundos norteamericanos, europeos, hasta por las divergencias de los grandes capitales que se reacomodan desde nuevas expectativas propias de la frase "a Rey muerto, Rey puesto".

La fragmentación de los grandes "consensos" planetarios pasa por las carencias de las instituciones tradicionales que lucen hoy incapaces de manejar la convulsión planetaria. El abismo del mundo que hoy existe al que parecía modularse desde Irlanda del Norte hace cinco años, se configuró mediante las inercias de cambios geopolíticos estructurados durante décadas, pero también por los eventos inesperados como el ascenso de Trump al poder.

Los peligros de la actual política rudimentaria desde la Casa Blanca yacen en lo indecibles que son los giros de sus representantes, pero también por las fuerzas de gravedad que les están imponiendo factores más allá de ellos. Xi Jinping es ahora el referente político perdurable de China y su pragmatismo alineado a otros factores como Putin, el mismo Erdogan, Al Assad, Kin Jong-Un, entre otros, son la quintaesencia de un mundo que perdió -en términos estrictamente desde la visión occidental- la gobernanza.

Los "gendarmes necesarios" ya no son lo que solían ser.

El resultado de esto podría ser predecible. Trump podría ser o no reelecto, pero sus cuatro años en la Casa Blanca dejarán un agujero enorme a las maneras y viejos estilos de la política estadounidense. EEUU seguirá siendo un factor potencia sumamente influyente, pero a menos que emprendan una guerra suicida o que amplíen a niveles insostenibles su arco de inestabilidad global induciendo el conflicto y la destrucción acelerada de los Estados-nación, sucumbirán ante China y otros que acompañan su posicionamiento estratégico.

De aquí a 10 años conoceremos un mundo sumamente diferente al de hoy, y la proyección a largo plazo de los factores emergentes del poder, ese binomio entre Estados y élites económicas, inclinará la balanza a un mundo difuso, de disputas de liderazgos y diseminación del poder unicéntrico que hemos conocido en las últimas décadas.

El Rey yace en cama moribundo y en las cortes el juego de tronos entra en su etapa cumbre.