La visita del presidente ruso, Vladímir Putin, a Alemania y Austria es percibida como un gesto de amistad, especialmente si se tienen en cuenta la nueva fase en la que han entrado las tormentosas relaciones entre EEUU y la UE. Pero, ¿a qué se debe este 'deshielo'?
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© Sputnik / Alexei Druzhinin/Anton Denisov/Russian President Press Service
La visita es una acción propia de una política exterior normal en un momento en el que parece que esto ya es cosa del pasado, comenta Timoféi Bordachiov, director de programas del club Valdái, al periódico ruso Vzglyad.

Rusia y Alemania son socios naturales, especialmente en el sector energético, lo que enoja a EEUU, que no deja de poner trabas a esta cooperación, apunta el experto. Ahora está ejerciendo toda la presión posible para que Berlín renuncie al proyecto Nord Stream 2, que debe abastecer de gas ruso a Alemania sin intermediarios.

Hace 50 años, los estadounidenses también intentaron forzar a los alemanes a abandonar la cooperación energética con la URSS, aunque sin éxito, recuerda el autor del artículo. En aquel momento Alemania necesitaba gas y la URSS buenas relaciones con una de las principales potencias capitalistas.

Las relaciones estables y de beneficio mutuo terminaron con la crisis diplomática y militar de 2014, tras el golpe en Kiev. "Con sus acciones en 2014-2015, la canciller Angela Merkel, por supuesto, pasó página de estas relaciones especiales entre Moscú y Berlín", destaca Bordachiov.
"¿Tienen estas relaciones la oportunidad de recuperarse al mismo nivel de confianza y profundidad? Prácticamente no. Alemania, como toda Europa, es poco probable que se convierta en un socio constructivo de Rusia en los próximos 10 o 15 años", afirma el analista.
La gran cantidad de problemas internos, la inercia de la política de sanciones en marcha y la presión constante de EEUU no permitirán a los alemanes y europeos en general cambiar su actitud hacia Rusia y los proyectos que esta apoya como, por ejemplo, la integración económica euroasiática.

Pero esto no significa que la diplomacia tradicional haya llegado a su final. Y en este sentido, la visita de Vladímir Putin a Austria y la naturaleza de las relaciones entre Moscú y Viena nos dan pistas de ello.

La posición de Austria y sus intereses en las relaciones con Rusia son fundamentalmente diferentes de las de Alemania. Aunque Austria también es un socio importante con Rusia en el campo de la energía e invierte en el país euroasiático, lo importante es la política y la diplomacia.

Tras su adhesión a la Unión Europea, Austria corría el riesgo de perder visibilidad en los asuntos internacionales y para este antiguo gran imperio europeo, esto resultaría inevitablemente en un trauma psicológico, opina Bordachiov. Viena hace apenas 100 años estaba a la cabeza de un imperio multinacional: el imperio austrohúngaro.

El joven y brillante canciller Sebastian Kurz, que llegó al poder en primavera, entiende perfectamente que uno de los pocos recursos de la política exterior de su país es su neutralidad. Una neutralidad, por supuesto, limitada por la Unión Europea.

Austria tuvo que unirse a las medidas de guerra económica que sus socios emprendieron contra Rusia en 2014, pero logró conservar un perfil propio que le permitiera llevar a cabo una política más independiente. Austria no es miembro de la OTAN y no tiene compromisos frente a esta organización militar.

En otras palabras, Viena es un socio ideal para una buena partida diplomática y además está lista para jugar.

La política internacional y en concreto la europea ve ahora el regreso de lo que tanto le faltaba desde el final de la Guerra Fría: una diplomacia pluralista, concluye.