Estados Unidos está aumentado la presión en la guerra psicológica que ha desatado contra el Gobierno de Nicolás Maduro, después de que fracasara el golpe de Estado del pasado 30 de abril.
Nicolas Maduro
© REUTERS / Ivan Alvarado
Desde hace unos días, políticos, analistas y medios de comunicación hablan ya abiertamente de las características de una invasión militar estadounidense o, en su caso, de una "operación quirúrgica" de tropas especiales cuyo objetivo sería deponer al sucesor de Hugo Chávez.

Toda esta oleada de declaraciones alarmantes sólo parece destinada a asustar, enervar o debilitar a los altos mandos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), fieles a las órdenes del actual inquilino del Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia de Venezuela.

Una de las personas más activas dentro de esta política de desgaste es el senador republicano por Florida, Rick Scott, quien ya pidió al presidente Donald Trump que no se quedara de brazos cruzados y enviara tropas a Venezuela cuando se produjo el fallido levantamiento cívico-militar en Caracas. Scott, quien antes fue gobernador de Florida, sigue martilleando con el empleo de la violencia como "opción" para asistir al pueblo venezolano: "Se está haciendo evidente que tendremos que considerar el uso de activos militares estadounidenses para llevar ayuda".

En un reciente viaje a Colombia, el citado senador sureño ya empleó una narrativa muy agresiva que cada vez se asemeja más a la que destilaba Washington contra el difunto dirigente iraquí Sadam Husein, cuando Estados Unidos y sus aliados le imputaban que poseía armas de destrucción masiva, lo que después se comprobó que era completamente falso.

"Es muy importante no permitir que Venezuela se convierta en Siria", dijo Scott en Bogotá, donde calificó a Maduro de "matón", acusando a Rusia y Cuba de ser "directamente responsables de ayudar a peligrosos dictadores, tales como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua".

El senador culpó a Moscú y La Habana por "apoyar el terrorismo y el genocidio en América Latina", lo que, en su opinión, "trastorna la paz y la seguridad internacional y demuestra un desprecio por el Derecho Internacional, la Carta de Naciones Unidas y la Doctrina Monroe".

Operación militar

Algunos expertos militares norteamericanos, como Octavio Pérez, coronel retirado del Ejército de Estados Unidos y exoficial de Inteligencia, ya se atreven a pronosticar que podría haber un "boleo" (lanzamiento) de misiles sobre Caracas, similar al ocurrido en Bagdad en 1991 o en Belgrado en 1999. Entrevistado por el canal EVTV de Miami, creado por la diáspora venezolana, Pérez recordó que la sede de la 82º División Aerotransportada se encuentra en Fort Bragg, una enorme base militar situada en Carolina del Norte.

"En cuestión de ocho horas, estarían arribando a Venezuela más de 1.200 paracaidistas", dijo Pérez, quien incluso especuló que los soldados podrían caer no sobre Caracas sino sobre Maracay o sobre la frontera con Colombia para "establecer un área de contención".

"Eso sería un primer mensaje a Nicolás Maduro", enfatizó el coronel retirado. Los objetivos que serían atacados entre las dos y las cuatro de la mañana -añadió- serían el C3I, Comando, Control, Comunicaciones e Inteligencia. "No sería una invasión sino el establecimiento de un corredor humanitario", agregó.

Poco a poco, han ido surgiendo otros eslabones que aumentan el peso de esta cadena llena de amenazas e intoxicación informativa. Así, los firmantes de la llamada Declaración de Lima, que incluye las naciones latinoamericanas que reconocen la autoridad de Juan Guaidó como presidente "encargado" de Venezuela, están ya dispuestos a asumir "posiciones más categóricas". Forma parte de esta estrategia de acoso y presión la difusión de la carta del embajador de Guaidó en Washington, Carlos Vecchio, en la que solicita al almirante Craig S. Faller, comandante del Comando Sur de EEUU, la fuerza estadounidense para América Latina y el Caribe, una reunión para concretar "la planificación estratégica y operativa" ofrecida con anterioridad.

Y los periódicos también desempeñan su importante papel, publicando filtraciones de supuestos preparativos. Hace pocos días, por ejemplo, el diario digital español El Español citaba párrafos de un presunto documento al que "tuvo acceso" pero no mostró y en el que estarían trabajando el Departamento de Estado de EEUU, la Organización de Estados Americanos (OEA) y destacadas figuras de la oposición venezolana -en concreto Miguel Ángel Martín Torbatu, presidente del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela en el exilio- para forzar la salida de Maduro.

El texto prevé una operación de extracción, que podría ser ejecutada por comandos especiales tipo SEAL -de la Armada estadounidense-, similar a la realizada para capturar a Osama Bin Laden en 2011. El objetivo de la misión sería entrar en el país, localizar a Maduro y a otros líderes chavistas, detenerles y salir con ellos, haciéndolo todo eso en menos de una hora. Pero Venezuela no es Pakistán.

Por cierto, la OEA está profundamente fracturada. Ha estado paralizada en sus intentos de enfrentarse a la crisis venezolana a consecuencia de las graves divisiones partidistas entre sus Estados miembros. Su secretario general, el uruguayo Luis Almagro, es una figura muy cuestionada que ha dejado de ser imparcial, pues aboga por la intervención militar a pesar de las objeciones de algunos países.

La intervención militar, sea o no quirúrgica, es una idea irresponsable, arriesgada y probablemente contraproducente. Ya lo dijo el malogrado Robespierre, uno de los líderes de la Revolución Francesa, quien terminó guillotinado: "La idea más extravagante que pueda nacer en la cabeza de un político es creer que es suficiente que un pueblo entre a mano armada en un país extranjero para hacerle adoptar sus leyes y su Constitución. Nadie quiere a los misioneros armados".

Como destaca el "think-tank" International Crisis Group (ICG) en su "Briefing" número 38 dedicado precisamente a esta peliaguda cuestión, "una intervención militar que puede ser peligrosa e imprudente podría a su vez provocar el caos". Por no hablar del derramamiento de sangre y la implicación de terceros.

Tiene razón el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, al recordar que la democracia no se establece con la fuerza de las bombas. Eso ya se vio lamentablemente en Irak o Libia, dos puntos del planeta donde la situación está bastante lejos de haber mejorado en términos democráticos. No cometamos el mismo error en el Caribe.