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Tres investigadoras especializadas en la relación entre género y genocidio coincidieron en calificar la práctica sistemática de violaciones sexuales como un arma de guerra más entre las utilizadas por los perpetradores de genocidio tanto en países latinoamericanos como en africanos.

No obstante, advirtieron sobre la necesidad de calificar estos hechos no como un "feminicidio" sino como un "generocidio", ya que en muchos casos los hombres también son víctimas de violaciones cometidas con el objetivo de extender el terror. "En Argentina recién está apareciendo esta cuestión a partir de los testimonios que las víctimas están prestando en los juicios", aseguró la argentina Ana González, quien es antropóloga social y ex funcionaria de la ONU en la Misión de Paz para Guatemala.

Pero a diferencia de otros lugares como Guatemala, donde "la violación sexual de mujeres fue parte del entrenamiento militar, en Argentina aparece más como un exabrupto o malos hábitos de los que tenían mujeres en cautiverio bajo su supervisión".

En el marco del panel que compartieron como parte de las actividades del IX Conferencia Bianual de la Asociación Internacional Investigadores de Genocidio, las especialistas aseguraron que la perspectiva de género es un enfoque relativamente nuevo en la investigación sobre genocidios.

"Desde que ocurrió en Yugoslavia y Ruanda, la perspectiva de género ha tenido una gran extensión. Muchas veces el sexo se menciona pero al género, como constructor social del sexo biológico, no se lo analiza. Las relaciones entre hombres y mujeres son tomadas como naturales", explica Bruna Fonseca Dias Lima, de la Universidad Católica Pontificia de Río de Janeiro.

Fonseca dedicó su ponencia a exponer las conclusiones de su estudio sobre el genocidio de Ruanda, que dejó como saldo entre 500 mil y un millón de ruandeses tutsis masacrados en 1994.

"En la primera parte del genocidio se eligió matar a los hombres y se deja a las mujeres para abusarlas o violarlas", explicó. Pero, al tratarse de una sociedad patriarcal profundamente marcada por el odio hacia sus victimarios, la reinserción de las mujeres en sus comunidades era muy difícil.

"Las mujeres abusadas o violadas que tienen a sus familiares muertos o prisioneros sufren la pobreza porque no tienen acceso a la propiedad, en tanto rige un régimen de herencia exclusiva para hombres. Además, el 7% de ellas contraen HIV y no pueden contar con un sistema de salud que las asista. Por otra parte, como es una sociedad patriarcal, si quedan embarazadas los hijos son considerados 'hijos del enemigo', con todo el estigma que eso significa, por lo que muchas mujeres se suicidan o abortan", dijo.


Por su parte, la magíster en relaciones internacionales de la PUC-Río, Paula Drumond Rangel, sostuvo que, al menos en el caso del genocidio que tuvo lugar en la República Democrática del Congo en 1998, no debería hablarse de feminicidio sino de generocidio y criticó el modo en que la Misión de Observación de Naciones Unidas en el Congo (MONUC), trató la problemática de la violencia de género en este país africano.

"La ONU todavía iguala a la violencia de género con la victimización de mujeres, aún cuando ha sido testigo de la violencia sexual contra hombres y niños. Los hombres se resisten a hablar porque hay un estigma muy grande y porque podrían ser discriminados como homosexuales. Y de esta forma, la dicotomía de género es reproducida por la ONU", aseguró.

Drumond insistió en la necesidad de introducir en los estudios sobre genocidio un concepto más amplio, el de "generocidio", que hace alusión a un asesinato masivo género-selectivo pudiendo ser uno u otro el género victimizado. "De esta forma se tiene un panorama más claro y no se recrea esta lectura parcial que termina plasmándose en políticas parciales", concluyó.