Agitando las aguas del terrorismo y confiando en la propaganda se obtienen excusas para ocupar países. El pasado 16 de mayo, la administración Biden anunció el envío de tropas a Somalia. Los medios corporativos no hablaron de invasión, sino de "intervención" o "despliegue". La antigua colonia británica e italiana, uno de los países más pobres de la tierra, lleva en guerra desde 1991 debido a la injerencia de EE.UU y Gran Bretaña. Primero fue la política de Guerra Fría, después la "intervención humanitaria" y desde 2001 la "guerra contra el terror".
somalia
Esta nueva intervención militar de EE.UU en Somalia, anunciada el 16 de mayo, se ha justificado, según nos cuentan los medios corporativos, en el "apoyo a la lucha contra el grupo terrorista al-Shabab".

Como en veces anteriores, la ocupación militar se ha realizado sin el preceptivo y previo permiso del Consejo de Seguridad de la ONU, y ha coincidido con la re-elección de Hassan Sheikh Mohamud, que gobernó el país entre 2012 y 2017.

Recordemos que en julio de 2021, la administración Biden ordenó un bombardeo sobre Somalia. Con este motivo, Canarias Semanal publicaba un artículo que exponía la historia reciente de este país desde su independencia en 1960; contexto sin el cual no se puede entender su situación actual ni las motivaciones de EE.UU y Reino Unido para intervenir en él.

Los medios corporativos al servicio de las potencias occidentales hacen bien su trabajo: han logrado mantener al público ignorante y engañado sobre casi todo asunto geopolítico de relevancia, especialmente en lo que concierne al continente africano. Este ha sido, sin duda, el caso de Somalia.

Tampoco se puede decir que la "guerra contra el terror" haya fracasado, sencillamente porque no está pensada para combatir el terrorismo, sino para producir eternos ciclos de "intervenciones" y crear grupos extremistas allí donde previamente no los había. El anti-terrorismo es una cortina de humo para justificar el "dominio total" (full spectrum dominance) de los EE.UU y su estrecho aliado, el Reino Unido.

Como muestra la historia reciente, la injerencia de EE.UU en la empobrecida Somalia se ha justificado de varias maneras según el clima político:

Hasta 1991, fue evitar la influencia soviética. A partir de esa fecha, fueron "intervenciones humanitarias" para supuestamente evitar la hambruna. Después, había que parar a los "piratas" somalíes cuando los barcos de pesca europeos esquilmaban los caladeros del país. Y, en las dos últimas décadas, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, la excusa ha sido luchar contra los incontables grupos terroristas, muchos de los cuales fueron incubados en Londres por agentes protegidos de sus servicios de inteligencia.

El Ministerio de Defensa británico anunció recientemente que tiene 70 operativos entrenando a 1.000 somalíes como parte de la llamada Misión Transitoria en Somalia, de la Unión Africana, "para proteger a los civiles del ataque de Al-Shabab y otros grupos terroristas".

La razón más probable de esta continua intervención de EE.UU y Reino Unido en Somalia la ofrece un estudio publicado el año pasado por el European University Institute:
"Áreas estratégicas de la costa oeste del Cuerno de África se están incorporando al mapa geopolítico del Mar Rojo, y Sudán, Djibuti, Somalia y Eritrea se han convertido en escenarios de una nueva contienda...".
No olvidemos que el Comando de África o AFRICOM lo fundó en 2007 Georg W. Bush con el objetivo de hacer que los países africanos de la costa del Mar Rojo -Djibuti, Eritrea, Somalia y Sudán- se plegaran a los intereses de las elites estadounidenses.

Tampoco debemos perder de vista que una parte de los combatientes de Al-Shabab fueron radicalizados por Abu Qatada, hombre descrito como la "mano derecha en Europa" de Bin Laden, que estuvo protegido por el servicio interno de seguridad del británico M15.

En realidad, lo que hay detrás de esta nueva invasión del país africano por parte de EE.UU es imperialismo puro y duro bajo el disfraz de la lucha anti-terrorista.

Las excusas cambian, pero la geografía del poder permanece igual. Y, como siempre, quien paga el precio es la población civil empobrecida.