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Escribir sobre este tema con carácter crítico puede traerme más sinsabores que otra cosa. Hasta no sería improbable que Eduardo Galeano -un "discapacitado capilar", según su expresión, y escritor igual que yo (bueno... quizá no tan iguales más allá de la calvicie, pero colegas al fin o, al menos, sudamericanos ambos)- reaccionara airado si leyera este escrito, tan defensor del fútbol como es.
Pero sin dudas hay que abrir una crítica con todo lo que ha venido sucediendo con el fútbol, esta "pasión de multitudes" como suele llamársela, en estos últimos años, y a pasos cada vez más acelerados.
Los campeonatos mundiales ponen en evidencia de un modo particularmente grotesco lo que ha pasado a ser el fútbol profesional en nuestra aldea global: un fabuloso mecanismo de control social.
Sería ingenuo pensar que el Campeonato Mundial, esa parafernalia mediática que cada cuatro años crea un escenario ilusorio de 30 días de duración, sirve a los poderes fácticos para hacer o dejar de hacer lo que son sus planes geoestratégicos de dominación a largo plazo. No necesitan de él para invadir países, para aumentar el precio de los combustibles o para desviar la atención sobre la catástrofe medioambiental en curso debida al mismo modelo insostenible de desarrollo, sólo por dar sólo algunos ejemplos.