Traducido por el equipo de Sott.net
Reconstruir la historia del Sistema Solar a partir de las huellas dejadas no es fácil. Sin embargo, poco a poco lo vamos resolviendo. Este mes, una nueva investigación que examina la composición de los meteoritos lunares ofrece pruebas convincentes de que la Luna y la Tierra se formaron a partir del mismo material, quizás tras una colisión cataclísmica hace unos 4.500 millones de años.

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La llamada teoría del impacto gigante, según la cual un planeta del tamaño de Marte chocó contra la proto-Tierra creando la Tierra y la Luna a partir de los restos, ha sido un modelo evolutivo líder para el sistema Tierra-Luna desde que el programa Apolo ayudó a los científicos a hacerse con rocas lunares a finales de la década de 1960. El análisis de las rocas lunares mostró sorprendentes similitudes en la geología de ambos cuerpos (concretamente, idénticas proporciones de isótopos estables en las rocas de ambos mundos), lo que sugiere un origen común para ambos. Pero demostrarlo de forma concluyente no es fácil y, quizás más importante, describir la naturaleza exacta del impacto y la línea de
tiempo posterior a la colisión es un verdadero desafío.
Patrizia Will, del Instituto de Geoquímica y Petrología de la ETH Zürich, ha estado trabajando en este gran problema estudiando muestras muy pequeñas de meteoritos lunares.
Recogidos en la Antártida (donde los meteoritos son relativamente fáciles de encontrar, ya que sobresalen del entorno helado), los meteoritos de roca basáltica comenzaron su vida como magma fundido en el subsuelo de la Luna. Se enfriaron y solidificaron, antes de quedar protegidos por una segunda capa de roca que los aislaba de los vientos y la radiación solares. Un acontecimiento de alta energía (como el impacto de un meteorito) expulsó la roca de la Luna y la envió volando hacia la Antártida, donde finalmente se encontró.
Comentario: Para ver estas imágenes con más detalle, vaya a este enlace.
Véase también (en inglés): Un nuevo informe muestra que los impactos de micrometeoros han dejado daños "irreparables" en el espejo del telescopio Webb