Esta mañana, haciendo mi acostumbrada revista matinal de las últimas novedades en el orden mundial, me encontré en varios periódicos con una nota medianamente destacada que llamó mi atención inmediatamente. En ella el Papa Francisco pedía a los líderes musulmanes del mundo que condenen al terrorismo.
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La nota se replicó más rápido que un chisme de la farándula, y en pocas horas estaba diseminada en todos los periódicos online, desde
el más insignificante hasta los
más reconocidos. La noticia fue titulada y publicada con algunos matices según el medio, pero un cierto tenor esencial de buena nueva o de reverencia a las palabras de un hombre santo, fue compartido por la mayoría de los difusores.
Hasta donde me es posible ver, esto se ha vuelto una costumbre desde que el nuevo Papa asumió el liderazgo del Vaticano. Diga lo que diga, haga lo que haga, siempre parece despertar gran admiración. Muchos lo consideran valiente porque han visto un cierto aire renovador en contraposición a una marcada tendencia al ostracismo de los pontífices anteriores. Y es cierto, el nuevo Papa ha dado algunas pequeñas señales de condena sin ambigüedad a los escandalosos casos de pederastia en el seno de la Iglesia, y se ha mostrado abierto frente a temas tabú de papados anteriores, como por ejemplo, la homosexualidad.
No soy quien para negar estos cambios ni tampoco estoy en condiciones de predecir hasta dónde llegará esta renovación. Desde una perspectiva personal, hasta el momento ninguno de los cambios visibles se presentan como profundos ni parecen alcanzar las bases mismas de la fe cristiana, la cual, a mi juicio, merece una fuerte revisión con una honesta disposición hacia las verdades de carácter universal en detrimento de parcialidades y visiones sesgadas largamente arrastradas por el catolicismo.
Pero este no es el tema del que pretendo hablar aquí; mi interés particular es invitar al lector a realizar una lectura diferente a la ofrecida en bandeja por la prensa generalizada, y
tratar de entender las entrelíneas, el contenido de lo "no dicho", es decir, el discurso dentro del discurso.
Comentario:
¿No están un poco hartos?