© DesconocidoEl gobierno de EEUU acaba de firmar un acta de protección de la multinacional en la que practicamente le da facultades extraordinarias para operar fuera de la ley.
Hace unas semanas los medios internacionales se hicieron eco de una
noticia que puede cambiar el panorama mundial respecto a los derechos de los titulares de patentes biotecnológicas. Las consecuencias en España, tras la tendencia prohibicionista del Gobierno y ante el miedo y la presión por evitar ser incluidos en la temida
lista 301, podrían traer una 'ley tipo Sinde' que, de nuevo, esconda una verdad: la de
proteger la privatización de lo que es de todos, ayudando a concentrar las posibilidades de innovación en las gigantes multinacionales, la investigación y, de paso, dificulte el intercambio de información.
La noticia básicamente se centra en el pleito que enfrenta a los modernos David y Goliat, un granjero estadounidense de 75 años y una multinacional propietaria del mayor porcentaje de patentes de transgénicos. Al fallo que resuelva el procedimiento están muy atentas las grandes compañías creadoras de 'software' como
Apple y Microsoft (En Estados Unidos, al contrario que en Europa, sí están permitidas las patentes de 'software'). Las dos multinacionales, tras años de batallas de patentes entre ellas, han conseguido copar el mercado de patentes de 'software' y se unen en la lucha contra un enemigo común. Así, manifiestan, desde su privilegiado 'club', la BSA (
Business Software Alliance), que en caso de una resolución no favorable al titular de la patente se facilitará la 'piratería' a gran escala puesto que tanto la programación informática como la genética incluida en las semillas pueden reproducirse fácilmente.
España es el único país de la UE en el que el cultivo y explotación de alimentos transgénicos está permitido a gran escala. El 80% de los cultivos transgénicos de Europa están en nuestro país. Sin embargo, países como Francia o Italia han decidido mantenerse al margen, al no tener constancia de que el consumo de los transgénicos a largo plazo no sea perjudicial. Esta permisividad a la explotación de transgénicos junto con la crisis que nos asola y el jaleado movimiento emprendedor, hace que cada vez sean más los urbanitas que abandonan la ciudad y se trasladan al campo donde experimentan con vegetales en busca de obtener la planta más resistente y el fruto disponible todo el año. Una suerte de
Steve Wozniacks 3.0 que en vez de garajes se alojan en granjas y en vez de trastear con 'software' lo hacen con ADN. Dichos bioemprendedores combinan sus conocimientos de biología con la ética 'hacker' en la que han crecido, una mezcla que aterra a las multinacionales que
quieren que la ley permita que se patenten "hechos de la naturaleza" y obtener el monopolio sobre la observación de una determinada secuencia de ADN.