Para un país como España, que vive con intensidad una hemorragia migratoria protagonizada por jóvenes muy cualificados, las cuchillas que pone el gobierno contra los inmigrantes cortan nuestra alma y rasgan toda esa solidaridad que la sociedad española ha desplegado en los últimos años para acoger a los inmigrantes que han llegado hasta nosotros. Sin embargo, no nos engañemos, son otras muchas las cuchillas que se han venido desplegando contra los inmigrantes en España con el fin de triturarlos como personas y despojarlos de cualquier esperanza. Unas cortan la piel mutilando su cuerpo, pero otras amputan cualquier esperanza para ellos y sus familias de poder tener un futuro mejor, seccionando de cuajo su condición de personas.
Mientras, nuestro presidente del Gobierno trata de saber si las cuchillas cortan, la Fundación de su partido, FAES, promueve cursos generosamente subvencionados por los presupuestos públicos para difundir en países de donde vienen estos inmigrantes unos derechos humanos que aquí les negamos. Paradojas contemporáneas de un afilado cinismo.
La misma semana en la que los tribunales juzgaban al alcalde de Badalona, del PP, por xenofobia e incitación al odio racial, conocíamos que el Gobierno de Rajoy había decidido colocar afiladas cuchillas de acero en la valla que separa Marruecos de Melilla, con el fin de causar lesiones graves a aquellos inmigrantes que traten de saltarla. Bien es cierto que para ser precisos, habría que decir que estas cuchillas, también llamadas "concertinas", ya fueron instaladas con anterioridad por el Gobierno socialista de Zapatero durante un breve periodo de tiempo, entre octubre de 2005 y abril de 2006, aunque se retiraron ante las informaciones sobre las graves heridas que estaban causando a numerosos inmigrantes, sustituyéndose por una malla de acero especial denominada "sirga", que se publicitaba como infranqueable pero sin causar los graves daños causados por las cuchillas.