En los últimos años la preocupación por la propiedad de la tierra agraria ha vuelto a lugares destacados de muchas agendas. Desde luego, las de las organizaciones campesinas de los países empobrecidos del Sur, donde el fenómeno de adquisición (a veces compras, a veces alquileres muy largos y a veces por la fuerza) de las mejores tierras fértiles por parte de capitales extranjeros (empresas agroalimentarias, bancos de inversión o también a fondos públicos de países como Japón, China, Emiratos Árabes o Corea del Sur) es tan acelerado como grave en sus consecuencias. La más evidente es también la más sangrante: las gentes locales pierden la capacidad de vivir de sus propias cosechas.
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Está también presente en las agendas de organismos
multinacionales como el Banco Mundial o la FAO, que si bien también se detienen a observar el proceso de progresivo acaparamiento de buenas tierras campesinas, en lugar de considerar cómo poner freno a este expolio, lo están respaldando con programas encaminados a validar algunas de estas operaciones, con el argumento de que 'pueden existir buenos acaparamientos'.
Y, por último, varias instituciones gubernamentales y no gubernamentales están analizando qué sucede con la
tierra agraria de los países europeos, pues, como veremos, la codicia por el control de la misma está relacionada con conflictos muy severos. Si recogemos la síntesis de los estudios de la Fundación
GRAIN y el
Transnational Institute advertimos que, como en prácticamente todo el mundo, también en Europa, en las últimas décadas, se está acelerando el proceso de concentración de tierras a manos de élites agrarias que anhelan los beneficios de la tierra entendida como simple mercancía. Y es que quien controla la tierra fértil, cual anillo mágico, tiene acceso a lucrarse con la producción de alimentos pero también con la de
agrocombustibles o especulando con un bien finito que, como el
petróleo, está mermando. Esta tendencia está teniendo lugar tanto en la locomotora alemana (en el año 1967 existían un total de 1.246.000 fincas agrarias y ahora apenas se cuenta con 299.000 fincas); como por ejemplo, en Catalunya.
Comentario: Parece que varios países fueron presionados por Washington para imponer las sanciones a Rusia. Y lo que vimos es que las mismas fueron contraproducentes y perjudican más a quienes las imponen que al que es castigado. Es de suponer, entonces, que algunos países empiecen a cambiar de idea con respecto a las mismas y comiencen a estrechar los vínculos con Rusia, que ofrece mejores condiciones en tratos que los que ofrece Estados Unidos basándose en el chantaje y la extorsión.