El control del discurso público, ese que permite convencer a la población de que hay que odiar al oprimido y amar al opresor, es el botín de guerra en la sociedad del espectáculo. Se dice que el parlamento español es un espectáculo, en palabras de Guy Debord, pero pocas veces se analiza el espectáculo que es la Audiencia Nacional.
Cuando se hace periodismo basura, ese que se limita a cortar y pegar fuentes ajenas, se termina transmitiendo un recorte de la realidad interesado, e interesado por el dueño de la cabecera que lo publica. La Audiencia Nacional funciona igual.
Los fundamentos de las decisiones de los juzgados de instrucción que tienen sede en el tribunal especial madrileño se elaboran normalmente fuera del tribunal.
El trabajo del juez que lo dicta consiste solamente en transcribir lo que la Guardia Civil o la Policía (o el CNI) le han proporcionado. Y funciona como una empresa periodística: cuanto más difusión tenga más premio tiene el redactor en cuanto a fama, promoción interna y reputación. La historia de la Audiencia está llena de estrellas: desde Baltasar Garzón, uno de los más destacados, a otros como Eloy Velasco o el juez Santiago Pedraz, cuya fama como juez le ha proporcionado fama como pintor.
Muchas veces hay que explicar a la gente que
la Audiencia Nacional no investiga nada, pues esa tarea está delegada en los cuerpos policiales. Sin embargo, de lo que sí se ha dotado en los últimos años a este tribunal es de
poderosos equipos de prensa que están dispuestos a generar contenidos judiciales que alimenten a los medios de comunicación de masas. De hecho, tiene una oficina de prensa propia, que entrega a los periodistas afines aquella información que a los instructores de una causa les puede interesar que se ventile.