
Durante la celebración de la Victoria contra el nazismo, el 9 de junio pasado, el presidente Vladimir Putin insistió en que Rusia debe estar lista a aceptar un nuevo sacrificio.
Al hacerlo, Washington finge sin embargo no haberse dado cuenta de que la Rusia de Vladimir Putin no es la Rusia de Boris Yeltsin.
Después de asegurarse de que puede contar con el respaldo de China, Moscú acaba de hacer dos disparos de advertencia dirigidos a Washington. Las continuas violaciones del derecho internacional por parte de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) pueden desembocar ahora en un conflicto mundial.
El presidente Vladimir Putin emprende su tercer mandato bajo el signo de la reafirmación de la soberanía de su país ante las amenazas contra Rusia provenientes de Estados Unidos y de la OTAN. Moscú ha denunciado reiteradamente el proceso de ampliación de la OTAN, la instalación de bases militares a las puertas de sus fronteras así como el despliegue del escudo antimisiles, la destrucción de la Libia y los actos de desestabilización contra Siria.
Inmediatamente después de su investidura, Putin pasó revista a la industria militar rusa, a sus fuerzas armadas y a todo su dispositivo de alianzas [1] Como paso ulterior, decidió situar en Siria la línea roja que el adversario no debe atravesar. A los ojos de Putin, la invasión de Libia por parte de la OTAN es similar a la invasión de Checoslovaquia por el III Reich, y la invasión de Siria - si llegara a producirse - sería comparable a la invasión de la Polonia, que desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
Toda interpretación de lo que actualmente sucede en el Levante como una revolución/represión estrictamente siria no sólo es falsa sino también ridícula a la vista de lo que realmente está en juego, y no sería otra cosa que mera propaganda política. La crisis siria es, ante todo, una etapa del «rediseño del Medio Oriente ampliado», un nuevo intento de destruir el «eje de Resistencia» y constituye además la primera guerra de «la geopolítica del gas» [2]. Lo que actualmente está en juego en Siria no es saber Bachar al-Assad logrará democratizar las instituciones que heredó o si las monarquías wahabitas podrán destruir el último sistema laico de gobierno de la región e imponer su propio sectarismo, sino qué fronteras separan a los nuevos bloques que son la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y la OCS (Organización de Cooperación de Shangai) [3].
Comentario: Una a una las piezas caen, hasta que el sistema económico entero acaba por venirse abajo. La reacción natural de la gente -que ya se ha notado a través del globo en los últimos dos o tres años- es y seguirá siendo manifestarse en descontento. Con una crisis extrema vendrá el descontento extremo, así que no sería sorpresa que a corto o mediano plazo veamos violencia, revolución y represión a gran escala y en más de un continente.