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La demostración de fuerza orquestada por Washington se halla ahora a punto de convertirse en un fiasco
Mientras los dirigentes de la OTAN se regocijan por el golpe de Estado en Kiev, presentado a la opinión pública de Occidente como una nueva revolución, en el terreno se invierte la situación. Después de desplazar a un gobierno de delincuentes que buscaban el mejor postor entre Washington y Moscú, ahora son los agentes de Estados Unidos quienes se ven obligados - ya en el ejercicio del poder - a enfrentar los disturbios que anteriormente organizaron. El problema es que el país está arruinado y nadie, sea quien sea, podrá sacarlo rápidamente de la bancarrota. Y ahora Rusia puede defender sus intereses sin tener por ello que asumir las consecuencias de los 20 años de corrupción que antecedieron la nueva situación.
Durante los Juegos de Sochi, Rusia no reaccionó ante los acontecimientos ucranianos [
1]. Mientras se producían los graves desórdenes registrados en Kiev y en otras capitales de provincias ucranianas, la prensa rusa siguió dedicando sus titulares a las hazañas de sus deportistas. El Kremlin consideraba, en efecto, que en cualquier momento los enemigos de Rusia podían tratar aún de convertir la fiesta deportiva en un baño de sangre.
Tal y como estaba previsto, para el momento de la clausura de los Juegos, el poder ya había cambiado de manos en Kiev. Ampliamente desinformada, la opinión pública occidental tuvo la impresión de que se había producido una revolución proeuropea.
Sin embargo,
la divulgación de una conversación telefónica entre la secretaria de Estado adjunta, Victoria Nuland, y el embajador de Estados Unidos en Kiev, Geoffrey R. Pyatt, no deja lugar a dudas sobre la existencia del complot estadounidense
[
2].
A golpe de imágenes falsas, un gobierno de corruptos [3] fue presentado a la opinión como una banda de torturadores rusófilos [
4].
Como en todas las demás «revoluciones de colores», misteriosos francotiradores posicionados en los techos dispararon contra la multitud y también contra la policía, y se responsabilizó al gobierno con esos hechos.
Comentario: No, una persona no pude cambiar una estructura tan pesada y tan patológicamente enferma como lo es la del Vaticano. Ni una persona, ni trescientas. Lo que se necesita es un análisis ponerológico de la Iglesia católica por parte de nuestros científicos y una gran concienciación por parte de todos los católicos de los factores ponerológicos que durante muchos siglos han infectado su religión.
La Iglesia católica es un gran ejemplo de cómo la psicopatía puede pervertir una "buena" idea, un "buen" movimiento o una "buena" ideología en algo realmente perverso; y cómo una sociedad puede enfermar hasta el punto de no ser capaz de reconocer esta perversidad durante siglos y siglos.
Sin conocimiento del "verdadero mal", no podremos defendernos. Solo así podremos cortar este virus de raíz.
El mal ya no es una cuestión moral; ahora puede analizarse y comprenderse científicamente. Ponerología y psicopatía son dos conceptos fundamentales para entender de forma clara y objetiva el deplorable estado de los asuntos humanos en este mundo. No se trata de "tiranía" o de "codicia", sino de la psicopatología y su influencia sobre la naturaleza del mal en la sociedad.
Para más información vea:
Ponerología Política: Una ciencia de la naturaleza del mal ajustada a propósitos políticos (Parte 1)
Ponerología Política: Una ciencia de la naturaleza del mal ajustada a propósitos políticos (Parte 2)
O adquiera el libro para enterarse de todo:
La ponerología política ...Una ciencia de la naturaleza del mal adaptada a propósitos políticos
También en formato electrónico aquí.
Por cierto, la religión católica es la única religión en el mundo que posee un Estado propio, y cuyo líder es el mismísimo "sumo pontífice". Eso debería ya darnos una pauta... la religión fue creada para unir a la gente, no para dividirla y crear conflictos.