El accidente en la central nuclear de Fukushima ocurrió en 2011. Los radionucleidos se liberaron al medio ambiente, principalmente a la atmósfera, y se propagaron por el Océano Pacífico, donde se dispersaron.
Para extinguir los incendios y enfriar el combustible se viertieron grandes cantidades de agua a la planta, además de la lluvia que se acumuló en los reactores con techos dañados.
La gestión de ese agua planteó un problema, porque era radiactiva. La planta podría contener más de un millón de toneladas de agua que no se podía almacenar por falta de espacio. Había que vaciar los depósitos. En 2013 se instaló un sistema de tratamiento de aguas contaminadas que eliminó los radionucleidos presentes en el agua, a excepción del tritio, un isótopo del hidrógeno.