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"Allí está el inicio de mi vida. Mi padre convocaba a la plegaria 'Allahu Akbar' y toda la aldea lo escuchaba", dice el palestino Yacoub Odeh, de 72 años, señalando una casa destruida en lo alto de una colina jerosolimitana. Entonces Odeh tenía ocho años. Ahora, 64 años más tarde, evoca la Naqba, "gran catástrofe" que recayó sobre el pueblo palestino durante la guerra que condujo a la creación del estado de Israel.
Cientos de miles huyeron de sus hogares o fueron expulsados por las fuerzas del país naciente y, como Odeh, se convirtieron en refugiados. La aldea de Lifta languidece en medio de las ruinas esparcidas entre Jerusalén occidental, israelí, y oriental, ocupada por Israel. Para muchos palestinos, el lugar simboliza el recuerdo de la tierra perdida y la falta de un estado propio. Allí, Odeh vuelve a sentir la libertad y la paz.
Allí, entre las murallas seguras de su infancia, acaricia con cariño las piedras vivientes. "Por nuestra puerta entraba el sol matinal", relata. Muchas casas todavía están majestuosamente en pie. Todo lo que queda de la de Odeh es un hinojo silvestre y muros medio enterrados.
Antes de la guerra de independencia de Israel, Lifta era una aglomeración de 500 hogares, una comunidad rica de 3.000 personas que vivían en armonía."El manantial, los jardines, los campos, la mezquita, la prensa de las aceitunas... Así era mi mundo", recuerda. En sus oídos todavía suena el eco idílico de "personas bailando y cantando".