
© arteyfotografia.com.ar
En los últimos tres días, la japonesa Hiroko Oogusa, de 62 años, cumplió las órdenes de las autoridades locales y se encerró en su casa, ubicada a 40 kilómetros de la central nuclear de Daiichi, en Fukushima.
"Los funcionarios del concejo local que pasaron por mi casa anunciaron mediante altavoces que no debíamos salir ni dejar que entrara aire, a fin de protegernos de la radiación", dijo Oogusa a
IPS a través de una intermitente línea telefónica. "Hago un esfuerzo por no perder las esperanzas, porque me estoy quedando sin alimentos y me pregunto qué ocurrirá", agregó.
Oogusa, quien vive en la aldea de Iwachiku, soportó el terremoto de nueve grados en la escala de Richter que el 11 de este mes azotó Japón. El sismo sacudió su casa, dejándola sin agua ni calefacción, pero ella nunca imaginó que además quedaría "prisionera".
"Estoy enojada y triste a la vez por el horror que estamos enfrentando. Siempre estuve en contra de que hubiera centrales nucleares en nuestra área, pero no podía hacer nada al respecto", dijo.
Una semana después del terremoto y del tsunami de 10 metros de altura que devastó la norteña región de Tohoku, Japón, un país sísmico que cuenta con la más avanzada tecnología para el manejo de desastres, enfrenta graves problemas.