Imagen de la 1ª guerra mundial. Soldados heridos y los no tan 'afortunados'
Mi abuela es una mujer francesa de noventa y nueve años y medio. Nació en 1914, al principio de la Primera Guerra Mundial. Su padre murió en el frente Occidental en agosto de 1918; faltaban sólo 3 meses para el armisticio.
Mi abuela era sólo una de los
6 millones de niños que perderían a sus padres. Su madre tenía una pequeña sastrería en el sur de Francia, especializada en vestidos de viudas, la prenda más popular de aquel entonces.
Cuando era treintañera, vivió la Segunda Guerra Mundial y, en 1945, fue a Alemania con su marido, un hombre del ejército de las fuerzas de ocupación francesas, quienes estuvieron allí hasta 1960.
A mi abuela no le gustaba vivir con alemanes; le recordaban a su padre perdido. Todavía no le gustan mucho los alemanes; supongo que nunca se le ha ocurrido que tanto los franceses como los alemanes fueron utilizados como carne de cañón; manipulados para participar en guerras que beneficiaban a los avariciosos e insensibles políticos y banqueros.
Se podría argumentar que durante su larga vida, mi abuela, como mucho de sus contemporáneos, experimentó el horror total del siglo XX y la continua "involución" de la humanidad.
Amo a mi querida abuela. Ella es la que me crió y ahora yo soy quien la cuida a ella. Voy a menudo a la residencia donde vive. Estuve allí hace unos días y, ya que ella sola no puede leer mucho ahora, le leí unos cuantos extractos de varias publicaciones.
Comentario: El Salvador: Vibración interna de volcán Chaparrastique sigue en aumento